Una sonrisa que anuncia esperanza

La cara no engaña. Es el espejo del alma. Y ver sonreir con franqueza a Rafa Nadal en Stuttgart después de ganar sobre hierba, algo que no ocurría desde Wimbledon 2010, anuncia un verano ilusionante. Es una señal de esperanza. Cierto que es un torneo de categoría 250. También que en su camino hacia la final no había ningún top-10, pero entre sus rivales hubo raquetas de nivel: Baghdatis (63º), Tomic (24º), Monfils (16º) y Troicki (28º). Verdad es también que este año lleva cinco derrotas frente a los diez mejores por sólo dos victorias (Ferrer y Berdych). Y que su temporada de tierra fue pobre, con un único triunfo en Buenos Aires. Pero el tenis es, sobre todo, mental. Si la cabeza no acompaña al físico, no hay nada que hacer. De lo segundo, el campeón de 14 grandes parece perfecto. Si Nadal gana en hierba, la superficie que más machaca su cuerpo, es que sus rodillas y su espalda están bien. Eso hace que su saque funcione y el drive corra. Y preguntes a quien preguntes entre los veteranos que le han sufrido (Corretja, Costa, Ferrero, Moyá...) te dirán que Nadal volverá. Que la llama competitiva que arde en su interior no se ha apagado con 29 años. La ansiedad que le atenazó se va esfumando.

Sentado sobre el Mercedes —tercero que gana: el primero se lo regaló en 2005 a su padre y el de 2007 a su tío Toni— , Nadal sonríe y nada se sabe de Djokovic, a quien puede afectar la derrota en París. “El último mes y medio he vuelto a disfrutar de una buena sensación en pista. Estoy positivo, y tengo la motivación de seguir adelante”, anuncia Nadal. Pero su sonrisa dice más que sus palabras.