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Los hooligans del Euskaltel-Euskadi

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Cuando Armstrong y Basso alcanzaron, a dos kilómetros de la cima, la zona protegida por vallas del Plateu de Beille, se pudo ver que Armstrong cuchicheaba algo al oído de Basso. Estarán pactando el orden en la meta, pensamos. Pero no. Armstrong, según explicó luego, le estaba participando a Basso el miedo que había pasado al atravesar las apretadísimas filas de hinchas vascos, con sus camisetas naranjas y sus ikurriñas. Algunos, excitadísimos, por la frustración al conocer la retirada de Haimar Zubeldia y el derrumbe de Iban Mayo. Con alguno (con Gutiérrez, del Phonak, concretamente) hubo más que palabras.

Gente del fútbol, comentaron algunos, como si el fútbol fuera generador de gamberrismo, en lugar de víctima del mismo, como es. Los idiotas lo son siempre: el domingo en el fútbol, el sábado en la discoteca, entre semana en la oficina y en julio en el Tour de Francia, si se les da ocasión para ello. Y no es la primera vez que se desatan pasiones en el ciclismo. Con Bahamontes y Loroño ya las hubo gordas, a finales de los cincuenta. En el Giro ha habido de cuando en cuando escenas de este tipo, propias de la caliente sangre latina. Pero el resurgimiento de un fenómeno olvidado debe preocuparnos a todos, en especial al gobierno vasco.

Porque es el más perjudicado. La creación del Euskaltel-Euskadi es una magnífica idea, por lo que tiene de embajada ambulante del País Vasco en un ámbito tan noble como es el más sacrificado de los deportes. Aquella es una tierra que ama la bici y produce ciclistas en cantidad. Y aficionados de la mejor especie. Pero los mismos que han puesto en marcha esta iniciativa tienen que hacer un llamamiento serio (bajo amenaza de cerrar el equipo si hace falta) para evitar que los bárbaros que todo lo emponzoñan porque nada entienden, conviertan una buena idea en la peor propaganda en contra de esa tierra.