Aquel mito que odiaba la fama

Aquel mito que odiaba la fama

Podía ser perfectamente borde. "¿Divorcio? Y a la gente qué puñetas le importa mi opinión sobre el divorcio? Yo soy deportista. Pregúnteme de deporte". Y podía ser entrañable. "¿Un campus infantil? De acuerdo, pero nada de publicidad, ¿entendido?". Sin embargo, por mucho que lo rehuyese, que lo odiase, Fernando Martín fue un fenómeno social. Alto, guapo, fuerte, rico, famoso... Nació para ser número uno. Y lo fue. Triunfó en baloncesto como habría podido triunfar en cualquier otro deporte. Porque su amor propio era tan grande que no concebía la derrota. Y no es que quisiera ganar, humillar. Es que no admitía ser segundo. En el vestuario, cuando las cosas iban mal, era una pesadilla para sus compañeros. Le temían. "Estamos siendo unos pringaos. Y yo no soporto ser un pringao", sentenciaba, rotundo. ¡Ay del que no se pusiera las pilas!

C on Juanito Corbalán de compañero en la pista y en las partidas de mus protagonizó el trienio mágico del baloncesto español: Mundial de Cali 82 (primera victoria sobre Estados Unidos), Europeo de Nantes 83 (medalla de plata), Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84 (medalla de plata). Todos los niños del país querían ser Fernando Martín. Todas las jovencitas (desde 15 a 55) soñaban un romance con él. En noviembre de 1986 debutó en la NBA con Portland Trail Blazers. Era el primer español que lograba entrar en el Olimpo del basket, y transcurrieron tres lustros hasta que lo consiguió el segundo, Pau Gasol. En su camiseta de los blazers exigió un acento sobre la i. No quería ser Mártin. De vuelta en España, tres años después, se mató en un accidente de tráfico. Era el 3 de diciembre de 1989. En teoría han pasado 15 años. Para muchos de nosotros fue ayer.