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El partido de la máxima rivalidad

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Así los llamábamos antes: partidos de la máxima rivalidad. Eso es un partido entre el Atlético y el Madrid, o viceversa, a despecho de que los tiempos, que acortan distancias, hayan agigantado la condición del Barça o incluso del Bayern (más esporádico) como enemigos principales del Madrid. Pero los clásicos, Florentino entre ellos, recuerdan que el verdadero rival del Madrid es el Atlético. Y entre los atléticos, clásicos o no, el rival no ya verdadero, sino casi único, es el Madrid. Nada estimula más la rivalidad en el fútbol que el contacto en las oficinas, en las aulas, en la barra donde se toma el café o la caña. Ahí es donde el verdadero aficionado se la juega.

Así que lo que viene es un legítimo partido de la máxima rivalidad madrileña, a despecho de imitaciones ilustres, pero siempre un poquito forzadas. Y viene con buena cara. El Atlético presenta lo que le faltaba, un extremo, Gronkjaer. A mí es un jugador que me gusta; primero, porque me gustan todos los extremos, que encuentro que le traen al fútbol emoción, vértigo, desborde... en definitiva, verdad; y luego porque me gusta concretamente éste. Siempre le he visto hacer cosas. El Madrid, por su parte, presenta entrenador nuevo, que ya pasó con éxito una breve prueba de cata y cala el pasado día cinco. De él se esperan grandes cosas.

Hoy se espera de él, sobre todo, que los mismos jugadores (porque son los mismos, otros no hay) parezcan más jóvenes. ¿Es posible? ¿Es posible que Roberto Carlos vuelva a llegar cinco veces cada tiempo hasta los fotógrafos? ¿Es posible que Raúl recupere el gol, que Zidane vuelva a patinar sobre el balón? Un equipo es un estado de ánimo, solemos decir. Eso es lo que ha traído, o quizá lo que los jugadores le han concedido de antemano: estado de ánimo. Algo que alcanzó para barrer a la Real en seis minutos. Pero hoy son noventa, ante un Atlético que en casa es fuerte y que ha encontrado la pieza que le faltaba. Hoy va de veras.

Titulo apoyo 222

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