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Reflexiones sobre Becks y Gravesen

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Parece que fue ayer. Pero ya ha transcurrido un año, maldito bisiesto, de cuyo número no quiero acordarme. 3 de enero. Santiago Bernabéu. El Murcia como invitado. Regreso tras el parón navideño del líder triunfal. El Madrid de Queiroz era como el actual Barça de Rijkaard. Un peligroso espejismo. Beckham, que en su primer trimestre con la camiseta blanca desplegó un fútbol de alta escuela (me duele que los desmemoriados digan que el metrosexual inglés no da la talla), sufrió una durísima entrada de José Luis Acciari. Argentino él. David se topó de nuevo con un jugador albiceleste. La sombra del Cholo Simeone y del Mundial de Francia 98 le nublaron su cotizada sonrisa. Acciari le pisó el tobillo derecho. Cuatro puntos de sutura. Herida profunda. Se infectó. Tardó tres semanas en recuperarse. Nunca más fue el mismo. Y hasta hoy...

Beckham, que cumplirá 30 años el 2 de mayo, debe reciclar su fútbol. A mí me gusta por su espíritu de combate, su calidad para desplazar la pelota a 30 metros (perfila los pases y las diagonales con maestría) y a balón parado es el mejor especialista del equipo. Todo eso suma a su favor. En su debe está su tendencia a perderse en los partidos, hasta convertirle a menudo en un jugador errático. Lo vimos en el Camp Nou y en el Calderón. Ahora que viene Thomas Gravesen (el Gran Danés me gusta por su presencia y experiencia), Becks precisa hacerse un lifting y pasar la ITV para modernizar su chasis. Para mí, Guti debería ser intocable (el único mediocentro con criterio que hay ahí), por lo que David debe espabilar. Luxemburgo, mójate. ¿Beckham a la derecha y Figo a la izquierda? ¿Y qué hacemos con Raúl y Zizou? That's the question...