Yo también quise ser Salvattore

Yo también quise ser Salvattore

La historia de Salvattore Leonardi demuestra que el magnetismo que posee el fútbol va mucho más allá de cualquier juicio frío y mesurado. La mitomanía es una bendita enfermedad generada por estos ídolos que, en el caso de Salvattore y en el mío, han dado sentido a nuestras existencias. Comprendo a este siciliano de Barcellona (con doble ll, no se hagan líos) porque un servidor sufrió en la década de los 80 un proceso similar con los jugadores que marcaron mi vida: Juanito y Butragueño. Dos polos opuestos que representaban para mí la perfección. Hubo un momento que por Juanito hubiera dado mi sangre.

La noche que nos dejó en la carretera se me heló la mirada. Nunca olvidaré una velada en Verona (Mundial de 1990), en la que me permitió conocerle y hablar con él de fútbol durante tres horas. Me sentía hechizado sólo por poder recordarle sus goles y hazañas. ¡Me las sabía todas de memoria! Esas tres horas mágicas no las hubiera cambiado por Bo Derek ni por Raquel Welch, mis musas por excelencia en mi alocada adolescencia. Por eso entiendo a Salvattore. "Si tú me dices ven lo dejo todo", canta el bolero. Pero en el caso de Zidane ni siquiera ha hecho falta. El siciliano de 19 años ha condicionado su vida por él. Y ahí tiene su premio. Los cracks del Madrid son así. Un ejemplo ético y un motor para el ser humano.