Calvo bueno, calvo feliz, calvo triste

Calvo bueno, calvo feliz, calvo triste

Fue la noche de los calvos. Tres historias dispares que resumen el singular estado de ánimo de este revitalizado Madrid de Luxa que, miren por dónde, ya está a seis puntos de ese Barça que en la última semana sólo fue capaz de meter un gol a Numancia y Espanyol en 180 minutos... Gravesen fue el calvo bueno, Roberto Carlos el calvo feliz y Ronaldo el calvo triste. Lo del gran danés es digno de todos los elogios existentes en el diccionario. Thomas fue un tragamillas infatigable, recuperó medio millar de balones, intimidó a Benjamín y a Arzu, se adueñó del partido agigantando su figura como si fuese un ciempiés y circuló la pelota con criterio y buen tino. Gravesen fue Stielike, Redondo y Makelele en una sola pieza. Y apenas costó tres millones de euros. Bueno, bonito (la alopecia es bella) y barato. El Bernabéu lo adora y le hace la ola. ¡Que vivan los novios!

Roberto Carlos es el calvo feliz. El brazalete de capitán le dio alas ante las balas béticas, tapó bien a Joaquín (que huele a blanco desde la estación del AVE) y festejó su tercer centenario liguero con un misil tomahawk que dibujó el tranquilizador 2-0. Sabía que Robertinho no nos fallaría. Luxa lo ha convertido en su brazo extensor en el campo y ha logrado que el mejor tres de la historia de este club viva una segunda luna de miel con ese madridismo que vuelve a sentir pasión y devoción por su hormiga atómica. Y falta el calvo triste. Ronaldo. La vida le está castigando con furia y crueldad. Puede que se lo haya buscado. Pero creo que la afición se equivoca demonizándole como si fuese un apestado. Sacchi, el calvo sabio, dio en el clavo tras la batalla: "Ronaldo es imprescindible y en Turín le tienen miedo". Ronie, ¡no te hundas, crack!