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Quimera de velocidad y riesgo

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Ahora que la afición a la Fórmula 1 crece de forma exponencial (bienvenido sea), me tomo la libertad de ofrecer un pequeño consejo a todos esos recién llegados a este deporte. No pierdan detalle del trazado de Spa-Francorchamps, uno de esos circuitos para valientes que hacen épico el automovilismo y héroes a sus protagonistas. Primero, porque el entorno de Las Ardenas es de una belleza cautivadora, aunque quizá las limitaciones de una realización televisiva no nos permitan disfrutar de toda su majestuosidad; segundo, pero no menos importante, por los desafíos que la pista lanza a los pilotos, con un trazado fuera de lo común y caracterizado por algunos puntos claves que lo elevan a la categoría de excepcional. Tampoco la tele será una referencia totalmente fidedigna de sus particularidades, que se salen diría incluso de lo que podemos imaginar.

Recuerdo perfectamente la sensación que me provocó ese espeluznante descenso hacia Eau Rouge la primera vez que llegué a Spa, en aquella ocasión para un gran premio de motos cuando el Mundial recalaba todavía en Bélgica. El pensamiento que de forma recurrente pasaba por mi cabeza era el inconmensurable valor que había que atesorar para lanzarse por aquella pendiente a tumba abierta, ni siquiera en bicicleta. Y al final de ese descenso, una curva imposible se transformaba en la puerta a una subida que tampoco pedaleando parecía accesible (no hablamos de Roberto Heras, claro está...). Aquello era una montaña rusa a trescientos por hora, una quimera de velocidad y riesgo que me hizo, y todavía me ocurre, admirar a cualquiera con la capacidad de afrontarla buscando su límite y el de su vehículo. Eso son agallas, se lo aseguro...