Cuando los ciclistas eran así

Cuando los ciclistas eran así

Dejamos de ser los chicos que nos creemos cuando nuestros ídolos y nuestros malvados han pasado de ser cromos a ser entrenadores o directores de equipo, prósperos empresarios o sagaces comentaristas. Entonces nos resulta difícil valorar su presente, porque casi todo es pasado, el suyo y el nuestro, admiración eterna o perpetua condena. Con los años (pronto 50), a Álvaro Pino se le ha agallegado la cara, pero cuando observo su foto le pinto con la memoria la cinta en el pelo y la cabellera frondosa, ese aspecto de comanche de Ponteareas, del ciclista valiente que fue, el ganador de la Vuelta 86, tal vez la única vez que, sin ser favoritos, salimos campeones de la última crono. Tanto como sus victorias, recuerdo a Pino víctima de un abanico y no olvido su forma de reaccionar después, sus maravillosas exhibiciones de orgullo. A los que crecimos con esos ciclistas románticos y vulnerables, ya es imposible que nos cambien el gusto. Por eso gozábamos tanto de Perico y por eso mismo hemos disfrutado tanto de Pereiro, de su pelea, de su inferioridad de condiciones, de su negativa a rendirse pese a todo, de su tiro al poste. Así éramos antes. Más jóvenes.

No es raro que Pino descubriera a Pereiro. Ni debe ser casualidad que nuestro ídolo naciera en el pueblo de los hermanos Rodríguez, (Delio, Emilio y Manolo), ídolos de nuestros padres. Algo se transmite. Por eso es una gran noticia que Álvaro Pino sea el director del primer equipo gallego profesional, el Karpin Galicia. Para que siga transmitiendo.