Una verdad siempre incómoda

Una verdad siempre incómoda

El premio Nobel de la Paz compartido por Al Gore y el Grupo Intergubernamental Sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU resulta una excelente noticia para los que estamos preocupados por la degradación de nuestro entorno y la salud de nuestro planeta. Es de esperar que este galardón despierte un buen puñado de conciencias adormiladas ante este enorme problema que absolutamente a todos nos concierne. El arma elegida por el ex vicepresidente de los EE UU para dar a conocer su mensaje a todo el mundo se ha mostrado muy eficaz a pesar de ser ya un invento de finales del siglo XIX: un documental. Una verdad incómoda ha conseguido galardones como el Oscar y enormes audiencias (y más que va a tener a raíz de este premio y de las iniciativas como la del gobierno norteamericano y el español que han comprado miles de copias para repartirlas por los colegios). Este maridaje entre cine y agitación política no es en absoluto nuevo. Lo utilizaron los norteamericanos en Puerto Rico y ya Lenin declaró en su día que "de todas las artes, el cine es para nosotros (los revolucionarios bolcheviques) la más importante". Pero no sólo los bolcheviques se sirvieron del séptimo arte. Leni Riefenstahl puso su enorme talento al servicio de la ideología nazi con películas documentales tan soberbias como escalofriantes, por ejemplo El triunfo de la voluntad, u Olimpia, cuya estética y su horror ha llegado a nuestros días. Grandes directores de Hollywood como John Ford, John Huston, Preston Sturges o William Wyler se pusieron al servicio de las fuerzas armadas estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial para crear documentales que elevasen la moral cara al esfuerzo bélico. Y son precisamente estos precedentes -y otros más recientes como la obra del agitador Michael Moore- los que debieran hacernos ser precavidos a la hora de contemplar este tipo de documentales. Me parece que ustedes y nosotros, los que hacemos documentales, no deberíamos caer en esa perpetua tentación, ahora nuevamente de moda, de justificar cualquier cosa, y cualquier mentira, por aquello de que el fin justifica los medios. Hay que ser demócratas y honestos. Y no olvidar que en una democracia, los medios son también el fin. Lo otro se llama propaganda. Que puede ser arte y puede ser eficaz, pero en un documental el rigor y la seriedad son los que definen la calidad de un trabajo. Estamos obligados a cuidar los datos y las verdades. Porque una verdad siempre incomodará a alguien. Pero una verdad a medias no deja de ser una mentira y una falta de respeto al espectador.

Sebastián Álvaro es director de 'Al Filo de lo Imposible'.