La veteranía siempre es un grado

La veteranía siempre es un grado

La juventud es una enfermedad que, afortunadamente, se cura con el tiempo", creo que dijo Oscar Wilde, algo que horrorizará a esa rehala de jefes de marketing y publicitarios que tienen a ese territorio vital como el mismísimo Edén, fuera del cual nadie merece ser tenido en cuenta. De hecho, estorba. Y es que vivimos tiempos de adoración a la juventud, como si el hecho de tener unos determinados años fuese por si sola garantía de excelencia. Se idolatra al becerro de oro de la juventud en todas las actividades: los modelos de los anuncios, los presentadores de los telediarios y hasta las ministras. No se persigue ser mejor, más sabio o más eficiente. Pero la juventud sólo posee la fuerza, el empuje. El resto, la sabiduría y la experiencia sólo lo pone el tiempo y nuestra capacidad de aprender de los errores. No todos, claro está, pero algunos han sabido aprovechar el tiempo vivido como un aprendizaje que es su mayor riqueza.

Por eso los romanos dieron el gobierno del pueblo a ellos, al senado. Y hete aquí que, según todos los que saben -desde los propios jugadores hasta la inmensa mayoría de los comentaristas- el reciente éxito del fútbol español se debe en muy buena medida a un veterano que ronda los 70 años. Luis Aragonés tiene una edad que nuestra sociedad ha condenado a ser asociada con bancos de parque, miguitas de pan y palomas. Y sin embargo, ahí está liderando un grupo de jovenzuelos que han demostrado inteligencia, además de habilidad física, al reconocer que el pegamento del grupo, el que ha sabido motivar a cada uno al tiempo que creaba un grupo con un objetivo claro, ha sido el entrenador. Somos muy inconscientes al derrochar tanto valor añadido, como diría un economista, simplemente por una cuestión de calendario. O puede que no sea inconsciencia y sí deseo de evitar a quien es menos maleable.

El caso es que hoy "abuelo" ha pasado a ser un epíteto peyorativo -utilizado por muchos de los que clamaban por la salida de Luis de la Selección- cuando no hace tanto era símbolo de respeto a alguien que había vivido para contarla, parafraseando a García Márquez. Es más, nuestra especie ha llegado tan lejos porque ha aprendido de la experiencia de los antecesores. Algo esencial une a aquellas primeras hogueras, alrededor de las cuales se juntaban nuestros ancestros, con los consejos de la tribu reunidos bajo un árbol, un aula universitaria o un círculo en un campo de entrenamiento en un remoto valle suizo: eran y son lugares donde los que más habían vivido transmitían su conocimiento, donde la experiencia de un veterano es escuchada por los que todavía tienen todo por vivir y aprender.

Así hemos logrado que nuestra especie prospere: compartiendo conocimientos, aciertos, sueños y aprendiendo de las derrotas. Cuando los ecos de las celebraciones se hayan evaporado, ese puñado de jóvenes endiosados por los medios tendrán algo a qué aferrarse: lo que generosamente les transmitió un viejo en chándal. De ellos depende que sepan aprovecharlo. Si lo hacen también ellos serán sabios.

Sebastián Álvaro es director de Al Filo de lo Imposible.