La tragedia que sucedió en el K2

La tragedia que sucedió en el K2

Al llegar a Madrid me he encontrado cierta polémica en torno al accidente del K2. Algunos provocadores, como mi amigo el columnista de El Mundo David Torres, han entrado a saco poniendo a parir a tanto irresponsable que, según ellos, se atreve a acometer una escalada muy superior a sus fuerzas. David siempre juega a decir verdades exageradas que escandalizan, pero otros, sin siquiera haber estado nunca a los pies del K2, se atreven a pontificar sobre esta escalada, a afirmar que los tiempos pasados fueron mejores. Aunque se les olvida contar que jamás estuvieron en esa gloriosa élite internacional de los 50 y 60, que jamás realizaron una escalada importante en el Himalaya y que ni siquiera llegaron a tiempo de pertenecer a la generación de alpinistas españoles de los 80 y 90 que transformó el alpinismo español. Durante los últimos días de mi estancia en Pakistán me he dedicado a entrevistar a los pocos afortunados que sobrevivieron a la tragedia más importante acaecida en La Montaña de las Montañas y una de las más terribles de la historia del alpinismo, y parece que la cifra real de fallecidos y/o desaparecidos, se sitúa en 11, alejada de los 18 que llegó a barajarse al principio. No fue un único accidente el que provocó la tragedia del K2, sino un cúmulo de circunstancias y diferentes causas. Tan diferentes como las cualidades y fuerzas de los alpinistas que a finales de julio coincidieron camino de su cumbre. Fue una equivocación pensar que por ir más alpinistas el grupo sería más fuerte y tendría más posibilidades. Un grupo fuerte es una cosa diferente: ese mismo día, no muy lejos del K2, mis cinco compañeros alcanzaban la cima del Gasherbrum IV después de haber realizado una de las escaladas más difíciles que hemos hecho y bajaban sin problemas al campo base.

En el K2, al mismo tiempo, unos murieron por alguna de las varias avalanchas que cayeron del serac que domina el Cuello de Botella, otros murieron congelados, agotados o de hipotermia. Todas muertes terribles y angustiosas. Como me confirmó mi amigo Alberto Zerain, mejor ascensión al K2 este año, la mayoría contaba con botellas de oxígeno y se limitaba a ir sin piolets siguiendo la huella de los más fuertes. Fue el peor de sus errores. Algunos murieron heroicamente, como los dos serpas que, presionados por el jefe de la expedición coreana, volvieron a subir desde el campo 4 para ayudar a otros compañeros y les sorprendió la caída de hielo. Algunos porteadores se quedaron junto a sus clientes, como el shimsalí Karim, uno de los tipos más buenos que he conocido. Creo que ahora es momento de reflexionar y de mostrar reconocimiento a los que murieron en el K2. Especialmente a los que, cumpliendo sobradamente con su trabajo, murieron ayudando a los más necesitados. Buenas personas que han muerto siendo fieles a lo que una persona debe ser y debe hacer.