Víctor: esas aventuras anónimas

Víctor: esas aventuras anónimas

Hace unos días, Ramón Lobo, enviado especial del diario El País a Bagdad, nos contaba en un artículo una singular historia, la aventura de un soldado destinado en Irak llamado Víctor Hugo Rodríguez. Él sí tiene claro por qué está en Irak: quiere lograr la nacionalidad norteamericana, ir a la universidad para estudiar periodismo y conseguir así un futuro mejor para él y su familia. Prosperar y dar un futuro mejor a sus hijos, algo que nos hermana a todos los seres humanos del planeta, independientemente del lugar donde hayamos nacido. A algunos pudiera parecernos que es una arriesgada forma de conseguir sus sueños, pero tras conocer de la mano de Lobo lo que ha vivido el soldado Víctor hasta enrolarse en el ejército de Estados Unidos, no lo es tanto. Escapando de la pobreza, este boliviano se lanzó al camino con 19 años y 20 dólares en el bolsillo.

Durante cinco meses, atravesó diez países jugándose el pellejo en tantas ocasiones que resulta casi un milagro que ahora se lo esté volviendo a jugar, una vez más. Aunque él no sea plenamente consciente, es algo común también a muchos de sus predecesores, que también llegaron a lugares ignotos en busca de un mundo mejor. Escapó de guerrilleros, bandidos, policías sin escrúpulos, coyotes estafadores (los que cobran por guiar el paso entre la frontera entre México y EE UU) y las mil trampas de la naturaleza salvaje. Vio desaparecer a compañeros de aventura y trabajó sólo por un plato de comida o un transporte, hasta que, por fin, pisó tierra estadounidense. En la brevísima historia de la especie humana sobre la Tierra hay millones de historias como la de Víctor Hugo Rodríguez, aventuras anónimas de hombres anónimos que no dudaron en lanzarse a lo desconocido. Algunos lo hicieron por ansias de conocimiento, otros por riquezas, o por gloria, pero muchos de los que siguieron a los líderes de aquellas aventuras lo hicieron por deseos de prosperar, a veces, como en la España del siglo XVI, huyendo de una tierra que ya nada tenía que ofrecerles. Para comprender cómo llegó el mundo a ser lo que es hay que tener también en cuenta las peripecias de hombres como Víctor.

En este rincón de AS hablamos a menudo de grandes aventureros cuyas peripecias sin duda nos iluminan y nos muestran caminos por los que transitar. Pero junto a ese puñado de hombres y mujeres singulares merecen estar también esa legión de "cocineros de César", como los llamó en un famoso poema Bertolt Brecht, que los acompañaron y ayudaron. Me refiero a aquellos primeros Homo Sapiens que se adentraron en la sabana o los que se subieron a frágiles embarcaciones llegando a colonizar las islas de Oceanía, o los que desafiaron al miedo cruzando cordilleras, ríos, selvas y desiertos. Lo de Víctor es un nudo, anónimo, pero que con otros miles, millones de nudos ha tejido la red de las acciones que nos explica como especie.