Alejandro Magno, el ingeniero

Alejandro Magno, el ingeniero

Aprovecho un viaje por Oriente Medio para, una vez más, asombrarme de la tierra que una vez albergó la cuna de la civilización y ahora se desangra entre odios irreconciliables. Quizás siempre ha sido así y la historia nos desvela cuan profunda y arraigada está la guerra en estos lugares. Camino siguiendo las huellas de profetas y guerreros. Los templos romanos fueron derribados por los cristianos para levantar iglesias y éstas a su vez fueron derribadas para construir mezquitas. Aprovecho para acercarme hasta las ciudades libanesas de Tiro y Sidón en busca, una vez más, de las huellas de Alejandro Magno. Y es que fue frente a las murallas de Tiro donde Alejandro protagonizó uno de los capítulos más fantásticos de su campaña a la conquista de Asia, lo cual ya es decir mucho teniendo en cuenta que Alejandro se haría con un imperio como jamás se había visto hasta entonces.

Los de Sidón tuvieron el buen juicio de mostrarse amistosos con Alejandro; no así sus vecinos de Tiro, persuadidos de que su ciudad era inexpugnable. No les faltaban motivos: Tiro en realidad eran dos ciudades, una, más antigua, asentada en el continente y otra nueva levantada en una isla a varios cientos de metros de la costa, rodeada de una poderosa muralla y defendida por una potente flota. Y se lo dejaron bien claro a Alejandro devolviéndole en pedazos a los emisarios de buena voluntad que les había enviado. Ante la imposibilidad de un ataque directo, Alejandro dejó a un lado a sus generales y mandó llamar a los ingenieros que, con Diades de Larisa a la cabeza, se encargaron de fabricar las máquinas de guerra más grandes conocidas. Una de las cualidades que convirtieron a Alejandro en el más grande general que vio el mundo es que supo revolucionar las tácticas empleadas hasta entonces, logrando derrotar a imperios y ejércitos muy superiores y pacificando una zona que, desde entonces, y salvo cortas excepciones, jamás volvió a conocer la paz. Además, deberían construir un paso firme para ellas. Los edificios de la ciudad continental fueron destruidos y usados como cimientos submarinos de un verdadero istmo sobre el que avanzaron las máquinas de guerra seguidas por los soldados griegos. Al tiempo, Alejandro Magno había conseguido reunir una potente flota entre sus aliados de la zona. Con ella, bloqueó los puertos de la isla inutilizando a los barcos enemigos.

La lucha final terminó en una lucha casa por casa de la que los macedonios salieron victoriosos. Así lo demostraron los miles de enemigos que murieron o fueron vendidos como esclavos. Desde entonces todos supieron que si se rendían a Alejandro, éste respetaba sus costumbres y sus dioses, que hacia suyos, mientras que con los enemigos sería implacable. Fiestas y desfiles celebraron esta victoria con la que Alejandro se aseguraba la retaguardia y el abastecimiento de su ejército. Ya podía seguir soñando con llegar a los confines del mundo.

Sebastián Álvaro, creador de 'Al filo de lo imposible'.