Abjuro, detesto y maldigo

Abjuro, detesto y maldigo

No, no es un comentario ni sobre la crisis, ni el cambio de gobierno o algunos partidos de mi equipo favorito. Es lo que tuvo que decir públicamente Galileo Galilei en 1633 sobre sus propias ideas. En juego estaba su pellejo y quien se lo quería "cobrar" era nada menos que la Santa Inquisición, quien había encontrado sus opiniones como "vehementemente sospechosas de herejía", por lo que el sabio italiano se sabía en serio peligro. No en vano, poco más de treinta años antes, Giordano Bruno había ardido en una hoguera levantada en el Campo dei Fiori, en Roma, acusado de hereje por, entre otros pecados nefandos, defender como el propio Galileo, que era la Tierra la que giraba en torno al Sol y que el universo era infinito. Cuatrocientos años después, Galileo Galilei es uno de los protagonistas del Año Internacional de la Astronomía que estamos celebrando. Y es que allá por 1609, Galileo dirigió por primera vez el telescopio que había construido hacia el espacio exterior. Se iniciaba una decisiva victoria en la batalla de la Razón y la Ciencia contra la superstición y la magia, una lucha que parece lejos de terminar a juzgar, por ejemplo, por los embates de los creacionistas contra la teoría de la Evolución propugnada por Charles Darwin, de quien también este año celebramos el segundo centenario de su nacimiento. El triunfo de la lógica, la razón y el sentido común, en contra de lo que aparentemente pudiera parecer, nunca ha sido sencillo y siempre ha requerido de esfuerzos y muchos sacrificios de gente que, teniendo razón, se quedó en el camino por defender sus ideas. Ese camino hacia el triunfo de la Ciencia fue iniciado por Nicolás Copérnico, quien formuló por primera vez, en el siglo XVI, la teoría heliocéntrica que ponía al Sol en el centro del sistema solar provocando un auténtico terremoto, "la revolución copernicana", que echaba por tierra la teoría del griego Tolomeo que, adoptada por la Iglesia, hacía de la Tierra el centro de nuestro sistema.

Somos muy aficionados a personificar en determinados individuos hallazgos, ya sean físicos o intelectuales, que son en realidad fruto del trabajo, el tesón y el riesgo que corrieron muchos otros aventureros, la mayoría de los cuales quedaron desaparecidos entre las páginas de la Historia o enterrados por un ombligismo cultural que nos hace desdeñar los logros de otras culturas. Así por ejemplo, doscientos años de Pitágoras, ciertos filósofos del norte de la India habían llegado a la misma conclusión que Copérnico. Por no hablar de astrónomos árabes como Nasir al-din al-Tusi o Ibn al-Shatir, quienes como señala Dick Teresi en Los grandes descubrimientos perdidos, se adelantaron en pleno siglo XIII al propio Copérnico. Sin duda, el desarrollo de la ciencia es uno de los logros más admirable de eso que hemos dado en llamar Occidente, pero para nada debemos pensar que nos pertenece en exclusiva. Y es que más tonto que quedarse mirando el dedo cuando el sabio señala las estrellas, es quedarse mirando el propio ombligo.

Sebastián Álvaro es creador de 'Al Filo de lo Imposible'.