La fiebre del oro en California

La fiebre del oro en California

Quisiera culminar la serie de crónicas de mi viaje por Norteamérica que han podido seguir estas pasadas semanas hablándoles de un acontecimiento que precisamente en este año conmemora su 160º aniversario. Allá por 1849, se desató una fiebre que puso sobre California los ojos de aventureros de toda laya y de los más dispares orígenes. No la produjo un virus, aunque costó numerosas vidas, sino un mineral: el oro. La noticia del descubrimiento de oro en un río californiano provocó uno de los movimientos de masas más espectacular de la Historia. Oleadas de 49ers (como se llamó a estos buscadores de fortuna, en referencia al año de inicio de esta fiebre) cayeron sobre California. Así, San Francisco, un pueblo de apenas 1.000 habitantes, pasó en dos años a tener nada menos que 25.000. Y su puerto se convirtió en un cementerio de barcos pues los marineros que en ellos servían desertaban para dedicarse a buscar oro. Se calcula que más de trescientos mil emigrantes fueron a buscar fortuna.

Llegaron desde las cuatro esquinas del globo. Asiáticos, australianos y neozelandeses, europeos (algunos de ellos españoles) y americanos del sur formaron parte de esos 49ers que se dispusieron a afrontar la aventura en una tierra de promisión llamada California. Porque, desde luego, no se trataba de un viaje sencillo. Algunos se aventuraron a bordo de veleros en un viaje de entre cinco y ocho meses, que les llevaba desde la costa oeste estadounidense para afrontar el terrible Cabo de Hornos antes de remontar toda la costa este del continente americano hasta el puerto de San Francisco. Otros preferían cruzar el istmo de Panamá con mulas y canoas o bien cruzar por territorio mexicano. Los hubo que también se lanzaron a cruzar el interior apenas conocido de Estados Unidos.

Naufragios, enfermedades, ataques de indios y/o bandidos, peleas entre competidores por un yacimiento o desastres naturales eran sólo algunas de las catástrofes que les acechaban en su camino hacia el sueño americano. Muchas fueron las víctimas de este fenómeno -desde los pueblos aborígenes al medio ambiente- pero, sin duda, la California que estos días he recorrido le debe mucho a la fiebre del oro. La impulsó a convertirse en un estado más de la Unión. Puso en marcha la construcción del primer ferrocarril transcontinental que acabaría vertebrando el pa desarrolló la agricultura y el comercio con los que abastecer a los mineros, iniciando así un proceso de dinamismo social y económico que ha ido atrayendo a pioneros de la industria, el cine y, ahora, la informática. "Eureka", "Lo encontré", es el lema de este estado y una buena razón para seguir buscando cada uno su particular sueño dorado.

Sebastián Álvaro es creador de 'Al filo de lo Imposible'.