En un valle remoto de Pakistán

En un valle remoto de Pakistán

Escribo estas líneas entre dos vuelos de un trayecto que me trajo a casa desde un rincón remoto del Tíbet. Ya no nos asombra que se puedan recorrer tantos miles de kilómetros en un puñado de horas cuando hace doscientos años un viaje así sería una aventura que implicaría muchos meses, o años. Esta facilidad de movimiento es una de las señas de identidad de la Aldea Global. Una facilidad que tiene su lado oscuro y amenazante. Pienso en lo que ahora mismo está ocurriendo en una región de Pakistán cercana a donde viven algunos queridos amigos. En las secciones de internacional se da cuenta de las batallas que el ejército paquistaní está librando contra milicianos talibanes en la zona de Swat; un precioso valle alpino que vio pasar a Alejandro Magno y conserva los últimos cedros del Himalaya. Muchos podrán pensar que es un problema interno; un episodio más en la convulsa biografía de este país tan hermoso como atormentada es su historia.

Sin embargo, como señala el politólogo paquistaní Ahmed Rashid, es un problema que nos debe preocupar a todos por cuanto la investigación sobre los autores de atentados como los ocurridos en Inglaterra, India, Pakistán o España ha llevado hasta esos valles a los pies del Karakorum que tan bien he podido conocer en muchas expediciones. La vida de sus habitantes es una continua lucha por la supervivencia en un entorno duro, de inviernos interminables y una tierra egoísta que a duras penas da frutos. La presencia del gobierno paquistaní, cuando existe, se suele limitar a pequeñas patrullas del ejército y la policía, permitiendo que sean las organizaciones más integristas las que se ocupen en un principio de algunas necesidades básicas.

Se trata, pues, de un lugar ideal como refugio para extremistas bien surtidos de armas y dinero con el que "engrasar" voluntades mientras entrenan a sus comandos para la próxima barbaridad. La ayuda exterior se limita a lo que consiguen trabajando cargando con al menos 25 kilos como porteadores en expediciones o para grupos de turistas y al gran trabajo de alguna ONG, escasas en estas zonas de Asia, como Sarabastall, con la que colaboramos desde hace años. Solemos meterlos a todos en el mismo saco como integristas, terroristas, talibanes. Pero cuando los conoces ves que son gente leal, sencilla, que sólo pretenden comer, cuidar y educar a sus hijos. Si la solidaridad no fuera suficiente acicate para aportar un grano de arena a la mejora de su vida, quizá nos debiera bastar el planteamiento egoísta de que es allí donde quizá se esté incubando el huevo de la serpiente que nos hará sufrir.

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