Las huellas de la tragedia

Las huellas de la tragedia

Cuando visitas Hiroshima y Nagasaki te preparas para una conmoción indefinida. Sabes lo que ocurrió, pero no podrías delimitar la cicatriz. Pronto la recorres. En Hiroshima sigue en pie el edificio de la feria de muestras y su cúpula pelada, símbolo de la tragedia. Sobrevivió por estar construido de hierro y hormigón, excepción en una ciudad de madera que ardió como una pira al calor de la radiación (140.000 muertos). El Museo de la Paz completa el recogimiento. Allí, además de relojes detenidos a las 8:15 (hora de la explosión) y testimonios de cientos de historias personales, se exhiben las cartas que cada año envía el alcalde a los gobernantes de los países con armas nucleares.

En Nagasaki, las montañas que la rodean mitigaron el efecto de la onda expansiva (80.000 fallecidos) y los restos de una catedral católica son los únicos testigos del desastre. Pero ni eso alivia su desgracia: tres días después del bombardeo de Hiroshima, Nagasaki fue sentenciada porque había nubes sobre Kokura, el primer objetivo. Ni un campo de prisioneros británicos ablandó al alto mando.

Si los nuevos criterios de elección olímpica son el desarrollo de los países marginados y la paz mundial, de acuerdo, buena idea, pero que conste. Los madrileños, gente educada, sabremos dónde mirar y cómo apartarnos.