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'Crivillista' seré hasta la muerte

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Aún no ejercía como periodista. Creo que estaba en los primeros pasos universitarios y una noche de farra me encontré en el 'Tarambana' de Moralzarzal con unos conocidos muy moteros. Siempre que nos juntábamos salía la misma conversación. Ellos se deshacían en elogios hacia Doohan, al que jamás negué su grandeza, y me buscaban las vueltas dando caña a Álex Crivillé, al que yo defendía a capa y espada, convencido de que algún día batiría definitivamente al australiano en la pelea por el título. Pues una de esas noches, me calentaron la cabeza más de lo habitual con sus monsergas y me dirigí a la cabina de discos, pedí el micrófono y empecé a corear a grito pelado el nombre del ídolo: "¡Crivillé, Crivillé, Crivillé, Crivillé, Crivillé, Crivilleeeeeeeeeé!".

Aquello iba dirigido a los pesados de mis colegas y, cual fue mi sorpresa, al ver que el pub estaba plagado de crivillistas. El clamor fue total, agachando las orejas los cuatro que había de Doohan. Con el paso del tiempo, las carreras hicieron justicia y el de Seva recibió el justo premio del título del 99, que a mí me sirvió para que AS me mandará a las carreras como enviado especial. Lo celebré entregándole al flamante campeón la bandera de España en Río para su vuelta de honor. Han pasado diez años de aquello, de la gesta de Crivi, de la fiesta de celebración, y aún se me pone la carne de gallina al recordarlo. Pero lo mejor es que, y al contrario de lo que suele suceder con los mitos, Álex gana como persona. No queda otra: crivillista seré hasta la muerte.