El ciclismo y la alcurnia de las nacionalidades

El ciclismo y la alcurnia de las nacionalidades

El ciclismo es un deporte de tradiciones y leyendas y en ellas se sostiene. Una victoria de etapa se engrandece si allí ganaron antes Indurain o Coppi. Y, en la misma línea, la irrupción de una joven promesa se celebra más si el muchacho es belga o francés, antes que letón o azerbayano. La razón es que el ciclismo, aunque resignado al mestizaje, todavía es sensible a la alcurnia de las nacionalidades. Por eso se aprecia tanto la aparición de un luxemburgués como Andy Schleck (hijo, por cierto, de un gregario de Ocaña). Digamos que su éxito revive el de sus antepasados y al mismo tiempo se alimenta de la gloria de aquellos. De Luxemburgo fueron François Faber, el primer extranjero que ganó el Tour (1909), Nicolás Frantz, vencedor en 1928 y 1929, y allí nació también Charly Gaul (1958), fiel adversario de Bahamontes en las montañas de Francia. La reedición de ese duelo en las cumbres entre un luxemburgués y un español da lustre a este Tour que conmemora el Centenario de su paso por los Pirineos. Sin franceses en los primeros puestos (han pasado doce años del último podio de Virenque) y con el cowboy maltrecho, la carrera ha encontrado una excusa para repasar las viejas historias de héroes y montañas.

Porque de eso se trata: de mezclar pasado y presente, batallas y batallitas. Y como cada situación propicia un relato, podríamos decir que cada Tour se corre en relación con los demás: Schleck, a rueda de Gaul, y Contador, a rebufo del Águila de Toledo. No es mal cartel.