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Un día para no olvidar nunca

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Dos momentos históricos en una noche: vi jugar a Durant y viví el ambientazo descomunal del Sinam Erdem, en lo que mi taxista definió como "el día más importante del deporte turco, más que la final del Eurobasket 2001". Él era joven y yo español, así que cabe la posibilidad de que el chico exagerara, pero vista la respuesta de la afición tiendo a creerle. Fue emocionante. Y efectivo, porque con Serbia mandando todo el partido, la remontada final tuvo mucho de ambiental. Teodosic y compañía fueron encogiéndose, temblando sus muñecas al mismo ritmo que temblaba el pabellón, de gritos, de pasión, de fe. Ahí se fraguó el increíble triunfo turco que nos regala hoy otro día histórico, en el que la temperatura subirá aún más y examinará si Durant es humano. El portento de EE UU me recuerda a Peter Parker/Spiderman. Vestido de calle nunca dirías que es un superhéroe, perdón, una estrella.

Pinta de empollón, desgarbado y gregario en su relación con el grupo; la antítesis del modelo LeBron, con su séquito y su obsesión por acaparar la atención. Luego se pone el uniforme y ¡boom! La transformación es bestial. Corre como una gacela, manda sin que nadie le rechiste y anota con naturalidad inverosímil. Quizás sea malo para sus compañeros, porque lo hace tan fácil que los demás parecen torpes. El chico es Mozart y su futuro está por escribir, pero si dentro de 40 años, cuando diga que le vi en directo, no escucho un ohhhh de asombro y envidia me hago monje. Total, para lo que me quedará