El mayor espectáculo del mundo

El mayor espectáculo del mundo

El puerto de Navacerrada era una fila india de ciclistas. Arriba llegaban unos doscientos cada diez minutos. Gordos y delgados, globeros y aficionados, con el 28 o arrastrando la bici, de carretera y de montaña. A pie también llegaban miles; más por el puerto de Cotos, que puestos a hacerse siete kilómetros andando, y otros siete de vuelta, es mejor por llano que en cuesta. Cerradas las carreteras al tráfico, no había más maneras de llegar desde los aparcamientos al alto de Navacerrada. Y una vez todos allí, bajo la niebla y a ocho grados. formaron auténticas hordas por la estrecha pista de la Bola del Mundo para repartirse por los tres kilómetros de ascensión. Al tiempo, aparecieron los ciclistas. "¡Ezeee, venga, venga! ¡Que ya lo tienes! ¡Machácale!"

Una vez despachadas las voces de ánimo para que ganara el nuestro, a esperar el paso de los demás ciclistas. Algunos, tan extenuados que se había visto a aficionados subir con mayor desenvoltura. Claro, que éstos no llevaban 150 kilómetros encima, y mucho menos una Vuelta. Otros, la verdad, sorprendían. Ascendían ligeros como corzos. A la media hora y acabada la caravana ciclista, todos para abajo. Y tan contentos. Comprobado esto, no conozco deporte en el mundo capaz de concentrar tal cantidad de aficionados que se sometan a semejante esfuerzo para convertirse en fugaces espectadores. El ciclismo lo ha logrado y en cuanto se le da algo nuevo y bueno, se convierte en el mayor espectáculo del mundo. A las pruebas me remito.