La exhibición jamás vista

La exhibición jamás vista

El Mundial que nos debía el balonmano acabó en apoteosis. Una apoteosis que duró toda la segunda parte. Porque nada más comenzar, los Hispanos abrían en canal al rival. Maqueda y Cañellas estaban poseídos. Su ferocidad daba hasta miedo. Arrastrado por ellos, el equipo entero tampoco sintió piedad. Un gol, otro y otro... Mientras, Arpad Sterbik lo paraba todo. Si Casillas en la final de la Eurocopa, compadecido de los italianos, pedía al árbitro la hora, la segunda parte de ayer también se podía haber ahorrado. La pista dio paso a un amistoso para gozo de los reservas; las gradas, a una fiesta. Fiesta española para más señas, con el Sant Jordi convertido en una locura. Aseguran que allí jamás se había visto una cosa igual.

En el balonmano, tampoco. Al menos en una final. Y no es que los daneses fueran rival menor. En absoluto. Simplemente, fueron destrozados. Les pudieron los Hispanos y les pudo el ambiente. Se pidió que el Sant Jordi fuera una caldera, y lo fue. Con un animador extraordinario que supo enardecer al público, quizá excediéndose, porque sólo faltó que saltaran a la pista el Séptimo de Caballería y los Trescientos. Pecado venial en cualquier caso, porque quienes realmente enardecieron el ambiente fueron unos jugadores que se dejaron el alma por ganar este Mundial, responsabilizados por el privilegio de disputar un Mundial en su propio país con la que está cayendo. Sólo merecía la pena si se ganaba, y se ganó. ¡Gracias, fieras!