Es cierto que Pep Guardiola comenzó su última temporada molesto con Gerard Piqué. Le veía descentrado, sin motivación para rendir como de él esperaba y dispuesto a mantenerlo en el banquillo y la grada si no cambiaba su actitud. La de Piqué comenzó a ser mala en la gira que el club programó por Estados Unidos. Las visitas a Washington, Miami y Dallas no fueron aprovechadas por el central. Mientras la mayoría de sus compañeros se tomaban en serio las sesiones, él parecía estar más pendiente de las risas y del cachondeíto con algunos de sus compañeros que le seguían el juego.
Y así le fue a Piqué. Su ausencia la acabó notando el equipo durante toda la temporada. Esas idas y venidas lastimaron al vestuario, que pasó de tener hambre de títulos a quedar empachado de Guardiola, de las actitudes de uno de los pilares como Gerard y de la falta de fortuna en momentos puntuales (el penalti fallado por Messi ante el Chelsea). Pep pudo pedir lo que quisiera a empresas externas, duden de ello, pero nadie le podrá decir que lo que él vio en Estados Unidos no le gustó. No había mejor detective privado que él. Y era de mano dura. El que la hacía, la pagaba. Y si no que se lo digan a Piqué y sus visitas a la grada del Camp Nou.