NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

Orgullo contra prejuicio

Actualizado a

La victoria. Hacía mucho tiempo que este equipo no necesitaba darse una lección a sí mismo, y ocurrió anoche. Hay en este Barça algunos fantasmas históricos, y uno es el del desánimo cuando las cosas empiezan a torcerse. En la esquina más difícil de la temporada se produjo una conjura, en la que participó un futbolista por línea, al menos. Como casi siempre, el Messi de antes resurgió con una voluntad equivalente a la de Alves y a la de Xavi. Ese conjunto de astros alcanzó algunos momentos de gloria, y poco a poco fue cauterizando las heridas de Milán. Primero golpeó Messi y después golpeó Messi. Cuando golpeó Villa fue cuando ya se había incorporado a aquella conjura la exquisita capacidad combinatoria de Iniesta. La victoria fue elaborada, pero voluntariosa, decidida por profesionales que anoche se sintieron felices, como en el patio de la escuela.

La voluntad. Me gustó Alves. Le sucedió lo que a esos muchachos que juegan en los campos chicos. Dio varias vueltas al campo, no perdió balones, y volvió a recuperarlos como si le hubieran encomendado la misión de su vida. En ese ejercicio indispensable de voluntad tuvo a Messi. Fue habitual, en tiempos menos exigidos, ver al argentino regresar de su campo, después de una hazaña grande o pequeña en el área defensiva del Barça. Anoche lo hizo; esa apuesta por la voluntad como uno de los instrumentos del camino hacia el campo contrario le dio la victoria al Barcelona. Ninguno se rindió, nadie dio por perdida una pelota; pero esos dos futbolistas que tuvieron al equipo contrario atado a las cuerdas de ese desaforado trabajo de voluntad señalaron un camino que, al menos en la primera parte, no dejó duda ninguna.

Y Xavi. El medio del Barcelona, que volvía del frío de las lesiones, mostró la serenidad de su carácter imperial. Esa fortuna suya en el lance más arriesgado, parar el juego, le dio al Barça la capacidad suficiente como para detener al Milán en el medio campo; ahí estuvieron acorralados los italianos. Xavi los desesperó, los sacó de sus casillas, los introdujo en el peligroso territorio de la desgana, de la desesperación. Los que conocen a Xavi, es decir, todo el mundo, saben que es un futbolista previsible. Lo que salva ese conocimiento global es que ese futbolista previsible está dotado de una autoridad que hace imposible atajarlo incluso cuando es previsible. Esa manera de Xavi de elevar la cabeza sobre la dificultad y sobre el contrario fue anoche un espectáculo. Fue decisivo, como Messi, como Iniesta, como Alves.

Y como Villa. Este Barça de anoche se levantó de cenizas candentes. Cuatro goles limpios, sin ninguno en contra, cuando peor aspecto tenían sus diversas y sucesivas enfermedades constituyen un golpe contra el prejuicio construido por aquellos que consideraban que ya estábamos al final de un ciclo. La recuperación de Villa, ese gol estupendo que marcó, constituye una buena noticia que trasciende al ámbito estricto del Barça. El calor con el que fue despedido por su afición es el resultado de un esfuerzo que le ha ayudado a subirse sobre sí mismo para ser otra vez aquel goleador milagroso que tanta gloria le ha dado a sus equipos y a España. Anoche fue decisivo; abrió espacios, consolidó su zona como un baluarte en el que se combinaron la fuerza y el aire. Alba, que fue a veces su compañero de lucha, marcó el gol definitivo, pero Villa señaló el camino que acabó con el prejuicio con un orgullo inolvidable.