Joaquín, en el olimpo malaguista

Joaquín, en el olimpo malaguista

El Málaga sólo ha ganado un partido en La Rosaleda en 2013, casi no marca goles y ya no es cuarto. Ya. Pero estos jugadores son unos héroes por decreto. Héroes, además, humanos. Al Málaga se le bajó la tensión el domingo después de la locura del Oporto. Era tan normal que la afición estuvo veinte minutos entreteniéndose con el himno después del 0-2 de Sergio García. No es políticamente correcto decir esto, pero es muy difícil estar para la Liga.

Lo que está sucediendo es demasiado excepcional. Va a ser difícil controlar las emociones hasta el día tres, pero para el Málaga este tiempo de reflexión le va a resultar de fabulosa utilidad. Todos van a poder terminar de echar hacia abajo las emociones, mirar con perspectiva y sentirse, de nuevo, ante la perspectiva de lo único. Hasta la visita del Dortmund, equipo que también dejó de hacerle caso a la Bundesliga hace un buen tiempo y que es una maquinita de jugar fútbol de contragolpe si no se le doma, sólo queda un viajecito a Vallecas. Habrá que pasarlo como se pueda, pero quién puede resistirse a pensar en repetir las emociones del miércoles: en asombrarse con ese golpeo de Isco, en ser el hombro y el escudo de Santa Cruz. En gritar ¡Málaga! como Banderas a todo pulmón. Sería conveniente que el malaguismo no olvidase la condición única de lo que está ocurriendo. Ojalá vuelva, ojalá, pero puede que no lo haga. Hay que bebérselo entero, como hay que beberse a Joaquín. El miércoles, mientras mataba a Defour, con ese trote de jugador grandísimo, cabeza erguida, me preguntaba si no es el mejor futbolista que ha vestido la camiseta del Málaga en cualquiera de sus denominaciones. Y yo creo que sí.

 

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