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Hemos ido allí para jugar este partido

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Maracaná. Nombre de resonancias únicas en el fútbol. Un estadio mítico, que en su día supuso un avance descomunal para el fútbol, porque podía acoger el doble de espectadores que los que más en la época, y para la arquitectura, porque presentó soluciones nuevas. Allí dio Uruguay la sorpresa de la historia, allí marcó Pelé un ‘gol de placa’, allí se ha cocido mucho fútbol. El estadio de ahora, bonito y funcional, no tiene la personalidad del viejo, se lo podría encontrar uno en cualquier sitio. Pero está sobre el mismo solar sagrado y se llama igual: Maracaná. Un espacio mítico para la gran reválida de España.

En todo este ciclo fabuloso lo único que nos falta es una buena victoria sobre Brasil. No nos la encontramos en el Mundial, ahora es la ocasión. Brasil es el modelo. De Brasil éramos todos (o casi todos) en los años en que no nos clasificábamos para el Mundial o, si nos clasificábamos, volvíamos pensando que mejor hubiera sido quedarnos fuera. Faltos de un buen equipo, nos afiliábamos a Brasil, gozábamos y sufríamos con su juego hermoso e incomparable. Señal, por cierto, de que aquí había un gusto por el fútbol distinto del que cultivaban nuestras canteras y nuestros seleccionadores.

Me parece que fue en Suecia, en un partido de los de España cuando empezaba este gran ciclo, todavía con Luis Aragonés, donde escuché por primera vez que España era la Brasil de Europa. Entonces me sonó a elogio excesivo. Bueno, pues no lo era. Tras años en los que Brasil se despersonalizó, se ‘europeizó’, España ha recogido la bandera que ellos abandonaron y la ha puesto a ondear. Por eso nos pitan, por eso nos miran mal. Porque tenemos algo que consideran suyo. Y sí, lo era, pero lo abandonaron. Esta noche intentarán recuperarlo. En Maracaná. Hemos ido allí para jugar este partido.