Dos luces en la oscuridad

Dos luces en la oscuridad

Ayer me contaba Álex Txikon, desde el campo base, que esta temporada apenas hay 25 alpinistas intentando la escalada del K2, algo absolutamente inusual desde hace muchos años. Es más que probable que el brutal ataque talibán de hace unas semanas en el Nanga Parbat haya influido en la cancelación de las expediciones al Karakorum, hasta el punto de devolver a gigantes como el K2 a tiempos que ya creíamos desaparecidos, víctimas de la masificación que propician las expediciones comerciales y la avidez de las autoridades locales.

Resulta entristecedor comprobar que ha tenido que ser un miserable acto terrorista y no un ejercicio de reflexión por parte de los alpinistas el que haya provocado ese efecto sobre la escalada de la segunda montaña más alta de la Tierra. El mismo Alex me confirmaba que en el cercano Broad Peak han aparecido los cuerpos de dos alpinistas polacos que encarnaron esa “otra” forma de entender y amar la escalada que parece amenazada por la “comercialización y banalización de las montañas”. Coincidimos con la expedición de Maciej Berbeka y Tomasz Kowalsky, dirigida por el veterano alpinista polaco Krzysztof Wielicki, el invierno pasado mientras intentábamos el Laila Peak y ellos el Broad Peak.

Cuando alcanzaron esa cumbre de 8.047 metros, Berbeka agrandaba su leyenda como escalador de ochomiles en invierno añadiendo el Broad a sus otras dos invernales en el Manaslu y el Cho Oyu, que había logrado 28 años atrás. Berbeka formaba parte de los míticos “guerreros del hielo”, un grupo de alpinistas polacos que, en la década de 1980, se atrevieron con lo que nadie había hecho hasta entonces: escalar un ochomil en invierno. La primera que lograron fue nada menos que el Everest en 1980. Casi tres décadas después se atrevió con el Broad Peak, llegando a su cima el pasado 5 de marzo junto a tres compañeros y añadiendo así una décima primera invernal de un ochomil al alpinismo polaco. Pero el descenso fue en unas condiciones terribles y Berbeka y Kowalsky se rezagaron hasta el punto de no poder alcanzar el Campo 4, viéndose obligados a vivaquear en el collado que separa las dos cumbres principales del Broad a unos 7.800 metros. Todos sabíamos que era prácticamente imposible sobrevivir a una noche en pleno invierno y a esa altitud. Desde el campo base vieron las luces de sus frontales en medio de la oscuridad.

Ese fue el último vestigio de vida de los dos alpinistas cuyos cuerpos, sentados uno junto al otro, acaban de ser encontrados por una expedición camino de la cima del Broad Peak. Siempre me ha gustado pensar que las personas que compartimos esta pasión somos herederos de los más grandes que nos legaron unos valores que tratamos cada vez de llevar más lejos, más alto, más allá. Nos apoyamos unos en otros y somos responsables de entregar esa preciada herencia a la gente que viene detrás de nosotros. Me gusta pensar ahora, a punto de partir precisamente al Karakorum, que esas dos luces en la noche nos siguen señalando cuál es el verdadero camino para comprender y amar la montaña.

 

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