El alpinismo, como debe ser

El alpinismo, como debe ser

Regreso del Karakorum después de una temporada convulsa y trágica, que empezó con el atentado talibán en el Nanga Parbat y ha continuado con la desaparición de tres alpinistas españoles en el Hidden Peak. Y todavía no ha terminado porque hace dos días tres policías eran asesinados en Chilás, ese foco de integrismo fanático a los pies del Nanga, y la organización terrorista Al Qaeda tiene previsto intensificar sus atentados al finalizar el Ramadán. Y, sin embargo vengo conmovido, como casi siempre que regreso de Pakistán, por la intensidad de las experiencias compartidas y las emociones vividas.

El encuentro con la joven viuda de Ali Hussein, el cocinero asesinado en la Pradera de las Hadas, ha sido demoledor, pero, al tiempo, una muestra de cómo esta pobre gente utiliza su fe religiosa no para destruir vidas, como los que segaron la de su marido, sino para cimentar la esperanza en una nueva. Su fe y sus tres niños pequeños, eso es lo único que le queda a Marian, una madre de 25 años que ha visto su vida destruida por la irracionalidad de unos fanáticos a los que les gustaría llevarnos a todos a la oscuridad de las cavernas.

Pero lo mejor de esta aciaga temporada ha sido encontrarme con dos alpinistas canadienses a los pies del K6, una montaña que supera los siete mil metros y en cuya cara oeste acababan de abrir una ruta nueva. Probablemente haya sido, hasta el momento, la mejor actividad realizada en el Karakorum: la más exigente y comprometida, la más innovadora y la más atrevida. Durante seis días, Ian Welsted y Raphael Slawinsky escalaron una pared de roca y hielo de unos 2.500 metros. Y lo hicieron en un estilo limpio: sin ayudas exteriores, sólo con sus propios medios, llevando encima todo lo que necesitaban para escalar y sobrevivir tantos días colgados en una pared de dimensiones gigantescas. Llegando a la cima y parándose para filmar, hacer fotografías, disfrutarla y documentarla sin ninguna clase de dudas. Y luego regresando por el mismo lugar, sin dejar siquiera, como me contaron, “ni un clavo de hielo en la pared”. Una auténtica hazaña del verdadero alpinismo, el que se espera a comienzos del siglo XXI.

Resulta sorprendente que en este tiempo de masificación de algunas montañas del Himalaya, reconvertidas, comercializadas y banalizadas, todavía hay aventureros que se empeñen en estirar sus límites y sus conocimientos en apartadas regiones de las montañas y el alma. Antes de despedirme de mis dos nuevos amigos les pregunté la razón que les había llevado a la pared oeste del K6, en lugar de a otras montañas más frecuentadas y seguras. Ian, con cierto humor anglosajón, me respondió: “Entre las multitudes no hay aventura”.

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