El grito de guerra sigue resonando en cuanto Adrián salta al campo, la última vez por un Raúl García con el que Simeone posiblemente ha obrado el mayor de sus milagros (su reconciliación con el Calderón, que se aplaudan mutuamente). Pero el fútbol del siete asturiano, sus inolvidables maniobras en el curso 2011-12, no reaparece. La Champions le concede ahora una nueva oportunidad para comprobar si se le enciende la bombilla. El favor se lo regala Diego Costa, aún castigado por los efectos de un nocivo carácter que hoy parece domesticado. Precisamente el compañero que lo sentó en el banquillo. Adrián es el único titular original que se le ha caído a Simeone. Y quizás de ahí su empeño en recuperarle. El único que perdió su sitio del once inmortal de Bucarest (Diego no volvió) y del once eterno de Mónaco (Falcao se fue).

Por fútbol, sólo se bajó Adrián. Se fue diluyendo personalmente y acabó arrollado por el ímpetu infinito de ese Diego Costa que hoy luce más galones que nadie. Pero Adrián era mucho cuando llegó el nuevo técnico, un fijo en la Eurocopa de no ser por lo que ustedes saben. Y así siguió durante seis meses, en crack o casi. Pero después empezó su enigmática cuesta abajo. Todos los vecinos de alineación crecieron y se reafirmaron. Excepto él, quién sabe si por ser el menos dado a los tambores de guerra. Hoy sus genialidades son sólo un recuerdo. El Atlético llegó a tirar la toalla, flirteó con su traspaso hasta el último día. Pero Simeone y la hinchada se niegan a darlo por terminado. Conservan paciencia y fe. No se cansan de frotar. A ver si Adrián sale por segunda vez de la lámpara maravillosa.