Mónica Marchante

En aquella heladería de Viena...

En una heladería de Viena, frente al hotel donde España aguardaba la final de la Euro 2008, pregunté a Luis si no le apenaba que Torres no hubiera tenido el peso esperado. Dijo tajante: niña, esta noche le voy a dar dos besos en la frente. Uno por cada gol que va a marcar. Será el hombre de la final. Cuando Fernando remató al palo un escalofrío recorrió mi cuerpo en el palco del Ernst Happel. Cuando cruzó aquel balón a la red supe que lo había vuelto a hacer. Tiempo después, Torres confirmó en Informe Robinson que Luis le dio ese beso en la frente la noche antes de la final.

Esa fue la historia de su vida como entrenador, el mejor motivador que jamás ha tenido el fútbol español. Durante años se asoció a Luis con el contragolpe y sin embargo fue él quien supo ver que esos maravillosos bajitos debían llevar el peso de la Selección con el balón en los pies. Le dio el mando a Xavi y convenció a Iniesta de que lo suyo no era sólo el último pase. El gol de Ramos en Aarhus con el agua al cuello y la maravillosa segunda parte frente a Rusia en semifinales me quedan para siempre. Eso y el corazón más grande que conocí en todos estos años, bajo su disfraz de gruñón. Gracias por todo maestro.