El mejor en dos palabras

Luis Aragonés fue el mejor. Así de simple y rotundo. No hacen falta más palabras para entender quién se acaba de ir. Tampoco usaba demasiadas. No las necesitaba. Se le entendía. Le bastaba una onomatopeya o una frase hecha, dejar sin acabar la oración o abrocharla con su célebre ‘y tal’, para que el futbolista le atendiera y le creyera. Artista en el manejo del palo y la zanahoria, fue casi más psicólogo que entrenador. De un rato en su diván, el jugador salía implicado, convencido y ganador. Luis se marchó sin que un solo subordinado hablara mal de él. Ni en alto ni por detrás. Fue más incómodo para sus jefes, con quienes llegó a las manos (incluso de forma literal). Alguna vez reconoció que les levantaba la voz como fórmula calculada para evitar el despido. Miró mejor a los de su gremio, aunque receló de algunos, especialmente de los que veía con el chándal sin arrugar. Pero no se encasilló en ninguna corriente.

Le dio igual reinventar el contragolpe o animar al toque para llegar a su innegociable ganar, ganar y volver a ganar. Y con la prensa, dependió del día. Igual caía un rejón que una carcajada, un exabrupto que unas cañas. Lo mismo te negaba a voces que te concedía una entrevista sin atender al reloj, incluso la última de su carrera y (sin imaginarlo entonces) de su vida. No se sabía con qué Luis te encontrarías, pero sí que lo verías venir. Con todos iba de frente. Menos esta vez, que ni avisó. Descanse en paz el mejor de todos.