¿Por qué los árbitros no tienen auxiliares que hagan las actas?

Existe un mal español, el mal de los árbitros de fútbol. Según decía hace años Manuel Vicent, los partidos de fútbol son competiciones desiguales en las que un empleado de banca corre en pantalón corto en medio de multimillonarios. Eso ya no es así, exactamente: ahora los árbitros de fútbol están mejor pagados que los empleados de los bancos y gozan de privilegios que los convierten en seres altamente responsables de la tarea que se les ha encomendado: regir en el campo con la autoridad, al menos, de un gobernador civil o de un capitán de barco.

Sin embargo, ya ven el desbarajuste que se forma, sobre todo cuando los equipos empiezan a acomodarse a las exigencias de la mitad de la temporada, cuando los de arriba no están del todo seguros de su éxito y cuando los de abajo sienten el aliento del infierno.

Cuando eso ocurre, fallos arbitrales que en otra circunstancia se reseñarían en lo más menudo de las crónicas aparecen destacados en las primeras páginas y en lo más grueso de las insolencias de la gradería. Es el momento culminante del insulto, cuando la madre del árbitro y el resto de sus parientes alcanzan el grado de inolvidables por parte de aquellos que se sienten perjudicados. Como decía Mika Waltari en Sinuhé el egipcio, así ha sido y será siempre, y es en cierto modo la sal de la tierra, o del césped. Sin insulto al árbitro, parece decirse, no hay partido, sobre todo cuando tu equipo no ha sido tratado como Dios manda, y Dios, ya se sabe, juega con los nuestros. Así pues, una mala actuación arbitral es, ante todo, una afrenta a Dios, ni más ni menos.

Así es la vida del aficionado y la vida de los árbitros, un matrimonio que siempre se avendrá mal. Lo que a mí me parece impresentable de todo este embrollo eterno es que los árbitros, que ya no ganan la miseria a la que aludía Vicent, no pongan por escrito con decoro lo que pasa en los campos. A veces no se les entiende, y cuando se entiende lo que dicen resulta que equivocaron los nombres o los datos. ¿Por qué sus actas están tan fatalmente redactadas? ¿No hay normas sintácticas de obligado cumplimiento para estos señores obsesionados con el debido cumplimiento… ajeno? Cada vez tienen más auxiliares (¿qué hace el cuarto árbitro, me quieren decir?); entonces, ¿por qué no tienen al lado al escritor de actas? Con el paro que hay en el sector literario, habría muchos escritores dispuestos a auxiliarles en la tarea de escribir como Dios manda lo que sucedió en el césped. Cuando alguien quiera hacer una Historia de las Faltas encontrará que esas actas escritas y firmadas por los árbitros de ahora no les servirán para nada.