Fútbol de Guardiola, cine del Oeste

El Bayern vuela en resultados, le miramos desde España como la gran montaña a escalar para ganar la Champions, mírese desde el Madrid, el Barça o el Atlético que, dicho sea de paso, se ha ganado con su barrida al Milán el derecho a ser considerado seriamente aspirante (“El Manzanares desemboca en Lisboa”, me mensajeó el martes un amiguísimo colchonerísimo). El Bayern, decía, es la montaña a escalar, con sus veinte puntos de ventaja en la Bundesliga, su eterno aire arrogante, sus Ribéry, Robben y compañía, su eterna proximidad a Adidas, su imponente aire de club modelo.

Pero hete aquí que de su presidente de honor, el mismísimo Beckenbauer, salen críticas. Guardiola riñó a Schweinsteiger por chutar en una ocasión en la que a su juicio debió tener más paciencia y Beckenbauer comentó, lúgubre, que a ese paso acabaría por no ir nadie a ver los partidos del Bayern. ¡Qué conflicto! Muchas veces lo he hablado con amigos. El juego que propone el tiqui-taca, el toque, la distracción, la nana, sacan al rival del partido, provocan que la jugada aparezca sola y dan muy buenos resultados. Eso lo han gozado La Roja y el Barça. Y ahora el Bayern, que vuela en la Bundesliga.

Pero ese modelo aburre al aficionado clásico. No hay que extrañarse. En el cine, que comparte con el fútbol los honores de espectáculo favorito de los últimos cien años, no ha habido género de más éxito que el del Oeste: galopadas, tiros, indios o vaqueros que se caen de los caballos, ferrocarriles asaltados... O sea: el fútbol inglés del periodo clásico, el modelo del que partimos. Frente a eso, el tiqui-taca es cine de arte y ensayo, artístico, sosegado, que pide del espectador una predisposición distinta, de reposo y observación madura. Son dos modelos, todo es fútbol. Yo no renegaría de ninguno.