Las emociones de un padre

De todas las conmovedoras imágenes que dejó la inolvidable noche rojiblanca del miércoles, esa que dentro de unos años cantarán de memoria los nietos que aún no han nacido, repasen la del Cholo camuflado en la bocana de los vestuarios, con las manos en los bolsillos, llorando por dentro, relajado por fuera, contemplando furtivamente las consecuencias de su milagro: la ceremonia que fundía a un equipo, el suyo, con una hinchada, la suya; la definición rigurosa de la felicidad.

La única concesión que se permitió antes de volver a su refugio (el escepticismo, la normalidad, el no sé de qué me hablan) el responsable de lo que viven y sienten hoy todos los colchoneros. El Atlético ya estaba, era así antes, pero el Cholo lo ha vuelto a reunir en el mismo sitio mucho tiempo después. Una noche al abordaje, de himno recitado al pie de la letra sobre el césped, de euforia verdadera en la grada. Un Calderón repleto y rugiente veinte minutos después de la hazaña… De todas las emociones que dejó una velada que responde a las dudas que asaltaban hace 13 años a aquellos que sin entenderlo se quedaron, guarden una: Simeone, a escondidas, sin entrometerse, mirando disfrutar a los jugadores y a la hinchada. Viendo a sus hijos.