El equipo demediado

Aconsejaría a los agoreros de uno y otro bando que ante el partido de hoy en Valencia no canten en ningún caso victoria. Puede pasar de todo, según las estadísticas. Un segundo: ningún partido acaba hasta que pita el árbitro. La confesión de esa obviedad viene aconsejada por la presencia cada vez más inhóspita (o más hospitalaria) del azar, factor imprescindible en el equilibro, o desequilibrio, de los grandes encuentros. En este caso no hay que recurrir a las estadísticas: casi siempre la casualidad, en forma de penalti injusto, de poste mal puesto o de otras desgracias, intervienen perversamente en la conformación de los resultados.

Hay algo que se debe tener también en cuenta ante este partido tan extraordinario. Me refiero a los ausentes. Los ausentes no juegan, eso es evidente, pero observo estos días que tanto los madridistas como los barcelonistas, incluidos sus jugadores y entrenadores, además de los aficionados, hablan de los que van a jugar como presuntos determinantes de una batalla que no van a librar.

Entonces, atengámonos a los hechos, descartemos a Valdés (que por supuesto estaba descartado de todas maneras, porque no juega la Copa) y descartemos a Cristiano Ronaldo. Los demás futbolistas que van a estar en el césped o en el banquillo son profesionales perfectamente capacitados para dar un disgusto, para recibirlo o para hacer el ridículo. No vale decir luego que perdimos porque no jugó uno o porque estaba lesionado otro.

Esta final de la Copa del Rey viene precedido de todos los tópicos del fútbol (uno, el que más me concierne, que el Barcelona está muerto) y no se tiene en cuenta que un encuentro de este tipo es algo más que un partido, y puede ganar cualquiera.

Yo sé, tan sólo, quién quiero que gane. El Barça está demediado, sí, pero es mi equipo; lo quiero más que al otro, por eso creo que va a ganar, no porque ninguna ciencia infusa me dé argumentos lógicos para afirmarlo.