El gol del siglo, la carrera del cojo y las depresiones que causa el fútbol

Vi el partido en el que el Barça entregó la cuchara con un madridista de mi familia; así pues, un contrincante propicio, pues no hay riña más segura que la que se da entre parientes.

Pero no, no nos peleamos. Es más, hubo momentos muertos, después del primer gol madridista, que parecía que estábamos de picnic ante el televisor. El Barça­ resultaba tan inoperante que él me daba conversación de cualquier cosa, juzgo que conmiserativamente. A veces regresábamos al fútbol, y de nuevo creo que para apiadarse de mí, él juzgaba con cierta reticencia las jugadas de su equipo, pues entendía que un futbolista sobre todo, Gareth­ Bale, no pasaba el balón como Dios manda cuando estaba en sus manos rendirlo a las botas de sus compañeros mejor situados.

A mi vez, yo lo entretenía con mis denuestos (suaves, todo fue suave) hacia una defensa en la que únicamente se podía contar con Bartra, pues los demás (sobre todo Dani Alves, que era también el blanco de sus chanzas) estaban cogiendo moscas en el desierto, y a veces muy peligrosamente. Cenamos, y él se entretuvo más de la cuenta, por lo cual lo llamé al orden. Ya sabía que su interés por el partido había decaído ante esa suficiencia respiratoria que mostraba su equipo, frente a la menguada contribución que hacía el mío a su ya demediada peligrosidad.

Así que le grité que volviera, y vino, de nuevo para apiadarse. En mí iba anidando una depresión que siento desde hace años cuando el Barça pierde mal: falta de excitación nerviosa, silencio, los síntomas evidentes de una melancolía que causa el fútbol de competición. Pasaron unos minutos desde que su desinterés se había cambiado a cansancio cuando Bale agarró un balón y no lo soltó hasta que lo mandó lejos del alcance de los palos; entonces fue cuando en la radio (que alternábamos con la tele) él y los comentaristas que defendían al Madrid expresaron con más nitidez aquel adjetivo que adjudican a los jugadores que se lo llevan todo para ellos: “Bale, chupón”. En estas se produjo el córner que casi corona a Bartra como un héroe digno de suceder a Puyol y el partido entró en una fase más risueña para mí. Entonces él pareció mi espejo: ya su equipo dejó de ser fuerte e interesante y empezaron a caer los adjetivos que antes yo tenía para los míos. Hasta que Bale hizo aquella arrancada, perseguido, como en una película cómica, con el que pudo haber sido héroe y que ahora era un ilustre y esforzado cojo. Entonces el Barça se deprimió del todo, como yo.

Es un gol para la historia. Jamás había visto a un cojo esforzarse tanto y nunca, desde Gento, un atleta del fútbol me había causado tanta maravilla. Tirada la cuchara al suelo, mi pariente madridista me dio la mano y me dijo. “Lo siento”. Ahora ya sé que quien lo siente soy yo, y muchos cientos de miles de barcelonistas. Se nos fue yendo nuestro equipo, y ahora la depresión sólo la curará el tiempo, como cuando nos ganó el Benfica.