Que se quiten los escudos, ahora la euforia es unánime

Lejos de nosotros, los blaugrana, la funesta manía del maniqueísmo y el lamento. Claro, es un deseo: es imposible que en el fútbol (repito: es imposible, im-po-si-ble) haya unanimidad ante la alegría ajena, y ahora la alegría, además, tiene que ver con la euforia de dos equipos igualmente rivales, en esta liga y en el pasado: el Real Madrid y el Atlético de Madrid.

Jugando con una precisión emocionante, nuestros dos rivales (rivales del sentimiento blaugrana) se alzaron victoriosos en partidos que en el pasado, y antes de jugarse, parecían como montañas rusas. Pues salieron triunfantes. Jugaron como si soñaran, los dos equipos; el Madrid unió táctica y coraje, el Atlético de Madrid unió coraje y táctica, ninguno de los dos descendió a las viejas estrategias del miedo, que hace mezquino el fútbol, y se opusieron a dos grandes rivales, el Bayern y el Chelsea, con la gallardía con que aprueban los exámenes los estudiantes cuidadosos. Enhorabuena, pues.

Ahora es, entonces, tiempo de unanimidad en torno a una idea: que gane el que mejor juegue en Lisboa; hasta ahora, con altibajos propios de las competiciones largas y también de los partidos únicos, los dos clubes madrileños han demostrado una preparación física pareja, y han expresado de modo distinto sus intereses futbolísticos. El Real Madrid ha consagrado la fuerza del contraataque, ha incorporado a su arsenal un Gento de esta época, Gareth Bale, y ha decidido no olvidar más las venturas estratégicas del centro del campo; el Atlético de Madrid ha trasladado al césped la ilusión de sus aficionados, cuyo eco es ese entrenador movible que no para de ser él mismo, Cholo Simeone. Escribo desde Argentina, donde este exfubolista es mirado ahora como un héroe nacional, a la altura de Maradona o de Messi, o de Carlos Gardel, si me apuran. Tan distinto a Ancelotti, que se alegra cerrando los puños, como Del Bosque, el entrenador atlético se pasa los partidos levantando los brazos, sin duda para concitar a la afición y al equipo al mismo tiempo, pues los rojiblancos son así, juegan al unísono, no va la afición por un lado y los futbolistas por otro. Tienen un director de orquesta total y se llama Simeone.

Ahora se trata de que, para coronar lo que es fundamental en el fútbol, los que somos de otros equipos (ay, los que somos gent blaugrana) nos decantemos, pues es imposible (im-po-si-ble) ir con uno u otro en circunstancias así. ¿Y qué vamos a decir? Creo que eso debe quedar en los corazones de cada uno, hasta el 24 de mayo al menos; ahora hay que felicitar sinceramente a los dos; debemos despojarnos de escudos y sumarnos, con la discreción debida (aunque parezca im-po-si-ble), a la euforia común cuya capital es Madrid y esperar a que la Cibeles o Neptuno se llene de la alegría que se han merecido en buena lid las dos aficiones. Y nosotros, ejem, a esperar mejores tiempos, que bastante buenos los tuvimos y bastante regulares los tenemos en estos últimos tiempos tan desgraciados.