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Con Antonio Puerta y Bela Guttmann...

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La de esta noche es la tercera final europea del Sevilla en ocho años, o la quinta, si contamos las dos supercopas. Esta tiene quizá un valor extra, porque llega después de un tiempo en el que parecíamos haber dado por finiquitados los mejores años del Sevilla, en torno a su Centenario y su inmejorable nuevo himno. Parecía otro tiempo, marcado por una decadencia y hasta por la desdichada peripecia personal de su presidente, Del Nido, alma máter de aquello. pero de repente está otra vez ahí, con un equipo renovado, vencedor de muchas dificultades. Entre ellas, la desconfianza de los suyos.

No hace mucho conocí al nuevo presidente sevillista, José Castro, que se enfrentaba a la desconfianza del sevillismo hacia Unai Emery: “Hemos metido catorce jugadores nuevos. Está haciendo un buen trabajo...” Desde aquello, remontó las eliminatorias con el Betis y el Valencia, se ha metido en esta difícil final y el ambiente es otro. Cincuenta vuelos chárter lo acreditan. doce mil sevillistas viajan con la ilusión renacida. Las apuestas favorecen al Benfica 3,2 contra 2,1, pero más difícil lo tuvo el Sevilla tras sus partidos de ida ante el Betis y el Valencia, y consiguió pasar ambas veces.

El Benfica es un viejo sello europeo. Fue el primer equipo en ganar la Copa de Europa (y por dos veces) tras las cinco ediciones que acaparó el Madrid de Di Stéfano. Aquel equipo lo armó un genio de la época, Bela Guttmann, nacido en Budapest cuando aún había Imperio Austrohúngaro. Tras los dos éxitos le echaron por no pagarle lo que pedía y él dejó una maldición que todavía flota. Desde entonces, el Benfica ha jugado siete finales europeas más y las ha perdido todas. Él y Antonio Puerta, que metió al Sevilla en la primera final con un gol al Schalke, lo verán desde allá arriba. Que lo disfruten.