Gento, Iniesta y el fútbol como una parte feliz de la vida

Me encontré con Francisco Gento en la presentación del homenaje de AS a la historia de la Selección española. Había mucha gente, claro, desde el gran Vicente del Bosque, hasta Bernardo Salazar, un sabio, y me gustó estar allí, viviendo momentos fantásticos de una nostalgia que no lleva a la melancolía sino a la ilusión que da haber vivido (casi) todo lo que allí se dijo o se vio, y lo que se vive y se ve en los volúmenes anunciados por Pedro Pablo San Martín y por Alfredo Relaño en un acto en el que descubrí, por ejemplo, que el presidente Villar es más simpático de lo que siempre me pareció.

Pero el personaje que me sedujo más, el que concitó mi interés y mis buenas dosis de melancolía (como el colesterol, la melancolía puede ser buena o mala; esta es buena), fue Francisco Gento. Lo encontré cuando él entró en el periódico, con las manos en los bolsillos, con las piernas arqueadas (como Poli Rincón), tan propias de los futbolistas de otro tiempo, porque ahora los jugadores parecen maniquíes. Cuando lo saludé le dije que él sí que nos asustaba a los aficionados del Barça, mi equipo desde la adolescencia. No nos asustaban ni Di Stéfano ni Puskas, le dije, o al menos no nos asustaban tanto, pero cuando él arrancaba suspirábamos como si mascáramos una tragedia.

Gento me miró con una sonrisa que acaso rebuscaba en el fondo de su propia nostalgia, y me dijo, ya riendo:

—¡Corría como si me fuera a salir del campo!

Le dije que al menos a nosotros, los aficionados al Barça, lo que nos parecía es que su pase nos iba a fusilar, un centro que irremediablemente iba a caer en la cabeza de su compañero Alfredo. O en la pierna sin remedio de Ferenc Puskas.

Claro, esta era mi manera de ver la vida retrospectivamente; imagino que por la imaginación que combina la memoria en las personas Gento estaría pensando en otras cosas, pero lo que yo tenía en ese momento en mis sentidos era el sonido de aquellos momentos en que el fútbol empezó a ser la parte más importante de mi vida. En medio de ese universo estaban el aparato de radio, las voces de Miguel Ángel Valdivieso, José Félix Pons, Matías Prats o Enrique Mariñas; estaban también los cromos (de los que habló, por cierto, Ángel María Villar), y estaban mis propios apuntes sobre los partidos que escuchaba a través de aquel inmenso aparato.

Antes le había dicho a Salazar que el fútbol es historia y memoria, y que gracias a ello, sigue presente en nuestras vidas, pase lo que pase, con una gratitud que es sobre todo para estas grandes estrellas, como Gento. Luego supe, por Relaño, que Gento había dicho que le gustaría hacerse una foto con Iniesta. Y pensé esto, que ese deseo del veterano de encontrarse con el joven se parece a la ilusión que a mi me hizo, de chico, encontrarme con Luis Suárez. Que Gento, tan grande, con tanta veteranía, le quiera dar un abrazo al ídolo del otro equipo, habla más que nada de su grandeza y de la grandeza del fútbol.