El milagro Kublait o cómo sobrevivir a los desastres

Natalio Grueso no sólo ha escrito una novela, La soledad (Planeta), “un libro que se lee con placer”, como dice su amigo Mario Vargas Llosa, sino que nos ha dado a los aficionados al fútbol un respiro y una vía para sobrevivir a los desastres.

Debo confesar algo que me ocurre cuando pierde mi equipo: apago la radio, dejo de ver la televisión, y durante al menos tres días tampoco escucho la radio, ni siquiera la radio de mi predilección. Me alejo, pues, del mundo, como si el desastre de mi equipo hubiera sido un mal sueño del que me he despertado sobresaltado pero no muerto.

Claro, es imposible llevar ese alejamiento hasta el infinito, de modo que en algún momento hay que despertar, porque, además, es posible que mi equipo se recupere de la lona en la que cayó. Este año ha sido un año muy malo para los aficionados como yo, pues el Barça ha dado más disgustos que alegrías y me ha tenido encendiendo y apagando la radio, cerrando o abriendo los periódicos, poniendo en negro o en color la tele.

Y justamente mientras todas estas cosas han venido ocurriendo (y no sólo le han ocurrido al Barça; el último partido de la historia reciente del Atlético constituyó una pesadilla que me hizo solidario con sus aficionados) cayó en mis manos aquella estupenda novela de la estupenda persona que es Natalio Grueso, y ahí hay un milagro que quiero aconsejar como una manera de salvar el ánimo cuando ya nada se espera futbolísticamente exaltante, que diría Gabriel Celaya.

La cosa es que ahí, en La soledad, se cuenta una historia extraordinaria, protagonizada por el Manu Carreño, el Lluis Flaquer o el Antonio Romero de la ficción, un argentino llamado Ricardo Kublait que es el más famoso de los locutores deportivos de Argentina. Ficción, repito. Kublait es el ídolo de las masas que escuchan radio, todo el mundo está pegado al receptor para escuchar cómo comenta los partidos. Antes de un partido muy importante va a ver a su padre, que está en un asilo de ancianos; el padre, junto con sus compañeros coetáneos, están maravillados con la visita de Ricardito, a quien encomiendan su felicidad. Ojalá, le dicen, transmitas la mayor victoria de nuestro equipo.

Y eso es lo que hace a continuación Ricardo: va al campo, se apresta a complacer a sus padres y a sus amigos, que están escuchando vibrantes de entusiasmo lo que sucede en el campo. Es, en efecto, un paseo triunfal del equipo del padre de Kublait, que lo celebra con los otros conminando a la monja que los cuida que se pase con el vino. Todos están felices, menos Ricardo Kublait. La retransmisión que ha hecho es falsa, en ningún momento se ha producido ese extraordinario partido del equipo de los viejos, que han perdido estrepitosamente. Para complacer a su padre, para darle la que quizá sea la última alegría de su vida, su hijo ha hecho jirones su carrera, pero se ha dado el gusto de hacer felices a unos viejitos.

Es un relato fascinante del que yo salí emocionado; y pensé: “Caramba, en lugar de cerrar la radio, los periódicos y la tele, lo que tengo que hacer es pedirle a los que radian los partidos que de vez en cuando truquen sus retransmisiones”. Sería tan bueno imaginar un resultado distinto, en mi caso, para aquel Barça-Atlético de la última jornada de Liga. O para los atléticos hubiera sido tan bueno que Kublait obviara aquel minuto 93… Pero eso sólo pasa en las películas o en las novelas.