P. P. San Martín

¡Que acabe ya esta pesadilla!

Si ya es duro para el aficionado seguir el Mundial con España en la cuneta, imaginemos lo que supone para veintitrés futbolistas humillados (y también cuerpo técnico), aguardar cinco días encerrados para jugar un partido intrascendente, tras una temporada de diez meses. En la concentración de Curitiba la sensibilidad está a flor de piel y el mal rollo que ayer hubo con Cesc es lo mínimo que puede ocurrir si esta pesadilla no acaba cuanto antes.

Viene muy medida y oportuna la comida de confraternización, porque la tensión se palpa en la distancia. Sobre todo en los jugadores que se sienten poco reconocidos por Del Bosque en este Mundial. Es humano, es normal. Cesc querría haber jugado más, seguro, igual que lo hubiera querido Villa. Y resulta que el clima no es óptimo, cargado de suspicacias, de dardos en las declaraciones y de frustraciones tras la derrota. El seleccionador lleva apagando fuegos desde el minuto siguiente al doloroso 5-1 y aún le rebrotan algunas ascuas cuando se descuida.

Echa flores al grupo, habla de buena convivencia (“Pasan cosas, como en todas las familias”) pero deja pistas (“He añorado a jugadores y personas como Marchena y Puyol”)... Del Bosque tiene dos guerras abiertas: la propia referente a su futuro, y la protección del entorno, poniendo buenas caras para apaciguar a veintitrés profesionales desmotivados, que trabajan echando chispas sobre barriles de pólvora. Evitar situaciones como la de Cesc o cualquier otra similar no se remedia más que jugando contra Australia del mejor modo posible, con orgullo, y cada cual que se vaya pronto a la playa a reflexionar.