El empate infinito y la tentación de la prórroga

Asombro. Pío Baroja se asombró, a mediados de los años 50 del pasado siglo, que su joven colega Miguel Delibes hubiera vendido tres mil ejemplares de su novela La sombra del ciprés es alargada, que había obtenido el Nadal, uno de los tradicionales premios españoles. Delibes le explicó: “Me han dicho que ahora leen mucho las mujeres”. Baroja le dijo: “Ah, pues si leen esas…”. Antes el fútbol era cosa de Argentina, Brasil, Inglaterra y Alemania, y a veces se colaban Italia, Francia o España. Pero es que ahora juegan esas, como diría Baroja. Que Suiza, Chile, Argelia o Costa Rica (¡y EE UU!) le pongan los dedos en la garganta a las grandes y las pongan contra las cuerdas del empate infinito significa que al fútbol ya no lo conoce ni La Madre que Lo Parió, léase Inglaterra, apeada de esta competición con la violencia de la lágrima de un niño.

Spray. Así pues se ha igualado el fútbol. Es el Mundial del spray en el suelo, pero es también el Mundial de los penaltis; como era el Mundial de Brasil parecía que iba a ser también el Mundial brasileño, y sin embargo ha sido, en función de la sorpresa y del juego, el Mundial de Colombia, que tiene colores parecidos pero una estrategia estética más definida y atractiva que la de los compañeros de Neymar y de Scolari. ¿Qué ha pasado? Que los grandes tiritan, y dependen (menos Alemania, que sigue siendo un bloque) de sus ídolos más inmediatos, Neymar, Messi...

Potencias. Es, pues, el Mundial de los iguales, aunque unos son más iguales que otros; sin hacer el juego de Chile, que fue otra potencia, ni el de Colombia, Uruguay se encaramó a la cima que suponían Italia e Inglaterra, y se despeñó tan sólo cuando a Luis Suárez se le ocurrió atragantarse con el hombro de otro y dejó desguarnecido el índice de probabilidades de la selección del paisito.

Iguales. Pero los más iguales de todos, Argentina y Brasil, siguen vivos en una proclamación de independencia del fútbol del Cono Sur, donde la tradición acuñada por Fontanarrosa dice que la pelota suele ir pegada a la bota de un muchacho hasta en sueños. Pero no es el fútbol legendario de ambas selecciones el que está trotando hasta la victoria final; sometidos a la estrategia diabólica del empate infinito, las dos selecciones han arrancado partidos como si estuvieran arañando una pared al final de la cual estaba la final deseada, por las naciones y por FIFA, pues una disputa en la cumbre de Argentina y de Brasil vale, en fútbol y en dinero, mucho más que mil palabras.