Una injusticia de 64 años que llega a su fin

Apreciado Charles Miller, vive Brasil sumido en un estado que oscila entre la indignación y la vergüenza a causa de la tremenda derrota sufrida contra Alemania en las semifinales. Por aquí nadie creía que podía existir algo peor que el Maracanazo del 50. Pues sí, lo han descubierto a lo bruto. Con un 1-7 ante los alemanes tan humillante como inesperado. Encima, la sensación entre el pueblo brasileño es peor, porque ahora se han dado cuenta de lo injustos que fueron con aquella generación de jugadores. Martirizaron en vida a Barbosa, el portero de aquella final infausta, que acabó sus días en la más absoluta de las ignominias; se ridiculizó al defensa Bigode porque él era quien marcaba al uruguayo Ghiggia, autor del gol del triunfo de su selección. Decían de él que se acobardó cuando Obdulio Varela le dio un bofetón en pleno partido y a base de rumores malintencionados dejaron marcada a una generación de extraordinarios jugadores a los que se les responsabilizó de todos los males del país. Ellos, abrumados, aceptaron la culpa y se resignaron a vivir en la vergüenza. Fueron los culpables de que Brasil cambiara su uniforme, jamás volvió a vestir de blanco, de que jamás se volviera a jugar un 16 de julio (fecha de aquel desafortunado partido), de que se pensaran muy seriamente si valía la pena volver a jugar en el tempo de Maracaná. Ellos pagaron con creces una derrota digna. Vista la reacción del cuerpo técnico actual ante el desastre del pasado martes en el Mineirao, que no ha sido otra que el desafío y la omisión de responsabilidades, Brasil se ha dado cuenta de lo injustos que fueron hace 64 años hasta hoy. Los culpables de ahora no merecen ni entrar en los libros de historia. Únicamente merecen el olvido. Y cuanto antes, mejor.

*Charles Miller desembarcó en 1894 en el puerto de Santos con dos balones de reglamento. Se le considera el introductor del fútbol en Brasil.