El corazón y el fútbol no siempre juegan en el mismo equipo

Leyenda. De este partido con el que acaba hoy el Mundial de Brasil, tan desigual, tan extraño a veces, en el que el campeón posible cayó ante el campeón probable, depende que un futbolista que hace una década no levanta cuatro palmos del suelo se convierta en un héroe en su país y fuera, aún sin disparar sino una vez a puerta. Ese muchacho es Messi, puede llegar a ser una leyenda y todos lo dan por moribundo.

Beckenbauer. Lo decía Beckenbauer en AS. Si lo dejas solo es probable que no se active Messi, pero si lo marcas se revuelve; es un gato peligroso, o una pulga, y tiene un amigo que no lo va a dejar solo nunca, Mascherano. El Jefecito se ha multiplicado, pero no tan sólo en su juego, sino en su capacidad para aconsejar, para señalar el camino. Ahora Mascherano juega en Argentina el papel que antes tenía Casillas en el Madrid y que ahora desempeña Ramos. El que defiende la portería o la defensa, y el que defiende a sus compañeros. Messi solo no es un peligro, tal como están las cosas, pero otros con Messi te pueden destrozar.

Comparación. Estamos ante un partido en el que se juegan dos maneras de concebir el fútbol: Argentina practica el azar del Mourinho más atrabiliario, depende de las individualidades que están arriba (Messi, Di María) y de una defensa que se parece al catenaccio italiano (que ya no existe). Sin embargo, Alemania ha adoptado tácticas y estrategias de la mejor época de Guardiola en el Barça. Así pues, a los barcelonistas se nos plantea una disyuntiva: ¿vamos con el fútbol o con el corazón? Le decía ayer a Antonio Oliver, que el corazón y el fútbol no siempre juegan en el mismo equipo. Lo lógico es que esté con Alemania, que juega como Dios, pero el corazón no entiende de eso y mi equipo será Argentina. ¿Por qué?

La barra. Por muchas razones; porque Argentina es un país muy querido, nos ha dado muchas cosas, y fútbol también, aunque ahora menos. Es el país de Fontanarrosa, de Borges, de Falú, de Los Fronterizos, de Tomás Eloy Martínez, de Alejo Stivel, de Valdano, de Mercedes Sosa, de Alfonsina Storni, de Julio Cortázar, de Tomás Eloy Martínez… El equipo humano que nos dio Argentina en el siglo XX (y en el XXI) es inconmensurable. ¿Cómo no vamos a ser de Argentina? Pero hay algo más, chiquito pero importante: sólo vi una vez en mi vida a Messi cerca de mi. El muchacho, que ya era una estrella, jugaba a colgarse de la barra de un autobús, en Barajas. Seguía creciendo. No me olvido de ese momento; y, fíjense, es lo que más quiero de ese futbolista que hoy puede ser leyenda.