Un Mundial que corona a Alemania

Brasil dejó para siempre un Mundial en el que Alemania se vistió de España y Götze de Iniesta. Sólo varió el minuto de la prórroga en el que ambos decidieron la final. Fue el Mundial de las protestas en la calle por parte de los brasileños, el del gasto récord, el del mayor número de sedes. El torneo que puso al árbitro Nishimura en las portadas de todo el mundo por sus errores y al zurdo colombiano James Rodríguez por sus aciertos. La cita que nos mostró que los milagros son posibles y que Costa Rica puede dar fe ello. El último Mundial de leyendas en su país como Drogba, Forlán o Pirlo. Aquel en el que vimos cojear más que esprintar a Cristiano. Ese que dejó noticias de los equipos de África por sus primas más que por su fútbol, a excepción de Argelia. De él pasará a la historia el mordisco de Luis Suárez a Chiellini y su posterior ejemplar sanción.

Fue el primer Mundial en usar la tecnología para los goles fantasma y el espray para la distancia en las barreras. La competición que hizo que el soccer se peleara con los deportes mayoritarios en EE UU por vez primera. El escenario en el que Van Gaal transformó a Holanda y ganó una tanda de penaltis con el portero suplente Krul. El del resurgir belga y el orgullo argentino. Aquel que igualó el récord de prórrogas que hasta ahora pertenecía a Italia 90 con ocho. Por supuesto también el que vio sucumbir a Brasil como no se recordaba ante Alemania en la prolongación del Maracanazo: el Mineirazo. Pero, sobre todo, fue tristemente el Mundial del fracaso de España, que quedó personalizado en las dudas de Casillas y en las molestias de Xavi. Ellos eran hasta ahora dueños del mundo. Hoy su relevo, relevo a su imagen y semejanza, está en Alemania.