Hamilton y Alonso, en otro nivel

El Mundial de F-1 se toma un descanso hasta el 24 de agosto. Mercedes se va de veraneo con Rosberg de líder, con 11 puntos sobre Hamilton, y 174 sobre Red Bull en el campeonato de constructores. Son los ganadores, no hay duda, pero el rifirrafe entre Rosberg y Hamilton en plena carrera deja en el aire alguna incertidumbre. Sorprende que un piloto pida paso a otro vía órdenes de equipo, con el dudoso pretexto de que iba más rápido. El que pedía vía libre, por cierto, es el alemán de la escudería alemana. Habladurías. El alemán es al que nunca se le rompe el monoplaza y al que le hacen cambios de neumáticos a la velocidad de la luz. Al inglés, no. Mala suerte, seguro. El caso es que Hamilton, saliendo desde el pit lane por incendio, con paradas de dudosa eficacia, algún paseo que otro por los prados y una pelotera con los suyos, acabó tercero recuperando dieciocho puestos.

Y si lo del inglés fue prodigioso, qué quieren que les diga de lo que hizo Alonso. Acabar segundo con el Ferrari F14 T “coche de mierda” (así lo bautizó Niki Lauda) debería de ser considerado como un milagro por El Vaticano. Y si los estrategas de Ferrari, los mismos que urdieron el sábado cómo dejar a Kimi Raikkonen tras el Marussia-Ferrari de Jules Bianchi en la Q1, hubieran empleado la misma estrategia que Daniel Ricciardo, posiblemente estaríamos hablando de una victoria. Cada segundo de sus diez últimas vueltas fue antológico. Qué lástima que un piloto tan excepcional tenga que sufrir a tanto jefe torpe.