Hamilton, talento en estado puro

Hubo un tiempo en el que incluso un patrocinador de McLaren presentaba a Lewis Hamilton como el villano de la historia. Fue en 2007 cuando la escudería de Woking se convirtió en la casa de los líos, aunque en realidad el piloto británico poca responsabilidad tuvo en cuanto allí ocurrió y que supuso que el título mundial fuera para Raikkonen y su Ferrari. Siempre he mantenido que el origen de todo fue que a Ron Dennis le arrolló un tren de mercancías al que no se esperaba en ese paso a nivel al menos hasta un año después. Pero como el talento no se puede doblegar, el potencial de su niño mimado explotó y se llevó por delante un proyecto inicialmente diseñado en torno a Fernando Alonso, víctima colateral de la pésima gestión de una crisis que en realidad muy pocos preveían.

Con el paso del tiempo pudimos entenderlo todo un poco mejor. Ahora ya sabemos que Hamilton estaba llamado a ser uno de los grandes de la Fórmula 1, uno de los mejores pilotos británicos de la historia como ya avalan sus estadísticas. Tiene, como cada hijo de vecino, su carácter y también una forma de entender la competición muy particular, es de esos de todo o nada, sin matices o términos medios. A medida que ha ido madurando ha suavizado ciertas actitudes y creo que con ello le irá incluso mejor, aunque ese espíritu de guerrero indómito no lo perderá nunca. Buena cosa porque es sinónimo de espectáculo e incertidumbre, algo de lo que en ocasiones están exentos los grandes premios. Este mismo año, sin ir más lejos, es evidente que nos vamos a divertir mucho en su pugna con Nico Rosberg por convertirse en campeón del mundo con Mercedes. Queda mucha tela por cortar...