Dios y el fútbol en la tierra del sol

Villoro. El escritor mexicano Juan Villoro lo tiene dicho: Dios es redondo; ese balón que marca la visión de los futboleros echa a rodar en España, la tierra del sol, aunque lo haga en el extranjero, donde estos días se estrenan los grandes equipos. Dios está muy presente en la metáfora del fútbol, aunque sea el Dios de las pequeñas cosas; Relaño recogía aquí estos días esa frase extraordinaria sobre lo que significa el fútbol para tanta gente: “El fútbol es la más importante de las pequeñas cosas”. Para algunos es una religión, un sacrificio y una superstición. Maradona se creyó Dios, y todavía no se ha quitado de ese espejo, Helenio Herrera conjuraba a sus futbolistas para hacerse acreedor al favor de Dios, y a Dios se encomiendan en la banda muchos jugadores que creen en él como en la suerte con la que nacieron.

Falcao. Pero ahora hay dos futbolistas que están próximos al Madrid y que consideran que Dios los guía también en esta circunstancia. Son Keylor Navas y Radamel Falcao, que vienen de las tierras calientes, donde confesar la creencia en Dios no produce tanto pudor como en la calvinista Europa. En España ha sido más normal, hasta cierto punto, pero lo verdadero es que sorprende aquí observar cómo ambos, el delantero y el portero, sitúan a Dios en el centro de sus andanzas. A Falcao Dios lo llama y a Navas lo interpreta Dios, Él le dicta su carrera. Mucho respeto produce la creencia, pero lleva también a preguntarse hasta qué punto la fe es la verdadera fuente de sus respectivas energías, la de uno para marcar y la del otro para parar. Si Dios está en las grandes cosas, encuentro raro que también descienda a estas del fútbol de competición, pero en la fe de nadie uno no se debe meter.

James. Lo cierto es que algo de divino debe haber siempre en el fútbol para que se produzcan esas jugadas de leyenda de algunos jugadores. AS colgó ayer ciertas acciones de James Rodríguez, que ya orina en el Bernabéu (como dijo un periódico colombiano); y ver esa sucesión de joyas da miedo al contrario y da gloria al que ya lo tiene, pues abre una expectativa excepcional de fútbol. Decía Lorca: “A esta hora de la tarde qué raro que me llame Federico”. Pues ese muchacho, que como todos los grandes aspira a ser un dios, debe decir cada día eso mismo en el espejo de su fútbol. Qué raro ser tan grande, se dirá, pensando, si es humilde, que igual que Borges él es otro.

Extrañeza. El fútbol está lleno de todas esas extrañezas. A Mathieu, nuevo en el Barça, le ha resultado “extraño” que el Barça se fijara en él. No está mal ese ejercicio de humildad, no es habitual en este deporte de dioses. Raro se sentirá igualmente Busquets, pero no lo dirá, enfundado en el 5 de la camisola que fue de Puyol y de Gallego. Empieza a rodar el balón, que es como Dios, estará en todas partes.