Marc Márquez no derrapa tan sólo por diversión

La práctica del dirt track es uno de los pilares del entrenamiento de Marc Márquez. Y obviamente no sólo lo hace por diversión, muy al contrario. Esta modalidad deportiva originaria de los Estados Unidos (su versión europea sería es speedway, aunque con matices) eleva a la categoría de arte el derrapaje controlado. Las curvas no se trazan por la trayectoria ortodoxa que marcaría una moto convencional en el asfalto, sino cruzando la rueda trasera a base de aceleración mientras la delantera corrige el sobreviraje apuntando en la misma dirección, con una maniobra precisa de contramanillar. Márquez se ha convertido en un maestro de esta técnica y los efectos que está teniendo en su rendimiento sentado en la Honda de MotoGP son tan abrumadores como ya conocemos todos.

El control de tracción de las modernas motos de la clase reina condiciona en gran parte su pilotaje, limitando las pérdidas de motricidad en aras de la seguridad. Márquez ha ido depurando su estilo hasta conseguir que la intervención de la electrónica sea la indispensable, que su influencia no afecte a esas derrapadas que parece necesitar para ir verdaderamente rápido. Es así como consigue hacer cosas inverosímiles sobre la RCV, empezando por inclinaciones al límite de lo que toleran el chasis y los neumáticos para terminar con cruzadas brutales del tren trasero que le permiten variar la trazada clásica. Es justo la escuela que durante tantos años impulsaron los pilotos estadounidenses y australianos, que últimamente había caído en desuso pero que el ilerdense está recuperando con una efectividad que puede hacer plantearse muchas cosas a las nuevas generaciones de pilotos de MotoGP.